LA ALBERCA
La calle más fría de Sevilla
Estos días se habla mucho del frío que se pasa aquí, pero hay un frío que es más frío que éste que padecemos hoy
El asterisco del cuentakilómetros encendido. El pitido mañanero al arrancar. Dos grados. La escarcha en la luna. Los abrigos andando por la calle con espectros dentro. La capa de cencellada sobre la yerba del parque. Telarañas de nieve en los naranjos. El vaho de quienes ... se atreven a asomar la boca por encima de la tapia de la bufanda. El saludo con un leve giro de cuello, jamás con la mano fuera del bolsillo. La calefacción sin el rodaje todavía hecho después de 20 años... Dice el aforismo hispalense que en Sevilla no hace frío, pero se pasa mucho frío. No estamos preparados para la gelidez. Esta es una ciudad de sangre caliente. Reptiliana. Y en estos días de helada punzante hiberna en la cueva de la esperanza. Se pasa frío aquí, sí, de ahí la leyenda de que en las casas palacio hay que ponerse el abrigo al entrar, no al salir. Los muros anchos para el verano, los patios frondosos, las fuentes y los techos altos de Ocnos se olvidaron de los azotes del invierno porque necesitan defenderse de las llamas del estío. Y cada vez que en el solsticio de las sombras cae el termómetro, hasta las vírgenes tiritan en sus camarines. Cuentan que ayer vieron a la Giraldilla tapándose con el lábaro. Lo del grajo que vuela bajo está muy usado. Este frío se explica mejor con el descenso de ventas de Cruzcampo. Son días de oloroso. De puchero evaporándose por las ventanas. De piraguas más lentas sobre un río más espeso. Días de tendido barato. De calle Sol, pero no esquina con Matahacas, que en Matahacas da la vuelta el viento.
Pocas veces en Sevilla la conversación de las tabernas es tan banal como estos días. Ya sabemos que cuando se habla del tiempo es porque no hay nada de qué hablar. Pues estamos hablando del tiempo. Que por lo visto en un pueblo de la sierra de Huelva ha hecho esta noche cinco grados bajo cero. Que ayer no me arrancaba el coche porque se le había congelado el líquido. Que con esta bronquitis que tengo desde navidades no puedo salir a la calle temprano porque como coja otra vez frío me tienen que poner el pijama de madera. Ese tipo de conversaciones. Siempre con las dos manos agarrando fuerte el café. El camarero frotándose las palmas delante del tostador. Las estufas de los veladores simulando infiernos de plazoleta.
Habría que hacer un año una encuesta sobre cuál es la calle más fría de Sevilla. Unos apostarán por el barrio de Santa Cruz, donde las angosturas le cierran el paso al sol. Otros por la vieja Judería porque en el campanario de San Bartolomé se quedan tiesos los gorriones. Algunos optarán por la calle San Luis porque desde que entras por el Arco de la Macarena hasta que sales por la plaza de San Marcos todo es sombra y verdina, el Moscú sevillano con todas las de la ley, aunque en el recoveco de San Gil se cuele un rayo por la mañana y el Pumarejo se abra un poco al lorenzo. Pero yo tengo otra propuesta que sirve también para el verano. La calle más fría de Sevilla es Don Remondo. Ahí se hiela el corazón y la memoria de la ciudad.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete