Hazte premium Hazte premium

La alberca

Las balas de Rufián

Esos proyectiles simbolizan su nivel político: todas sus soflamas son de fogueo

Alberto García Reyes

Esta funcionalidad es sólo para registrados

LA política moderna es sainetera. Los oradores con el léxico más raquítico de la historia parlamentaria se obstinan en hallar una diatriba diaria con la que justificar su jornal. A ver quién es más ingenioso en una frase corta que quepa en los rótulos de ... los informativos. Los diputados contemporáneos aspiran a ser monologuistas del Club de la Comedia, faranduleros, charlatanes. Y entre todos ellos el más empeñado en recitar vodeviles de corral es Gabriel Rufián, albañil de la palabra que se vende en las tabernas de su pueblo como arquitecto vanguardista. Rufián es un resumen perfecto de nuestro declive social: los estudios justos, una vida laboral escueta, una soberbia directamente proporcional a su ignorancia, un toque macarra y, sobre todo, una vanidad empalagosa. Su dialéctica gruesa, populachera y reguetonera nos ha ofrecido ya demasiados episodios tragicómicos en el Congreso, pero ninguno ha sido tan esperpéntico como el de las tres balas supuestamente recogidas en la valla de Melilla que se sacó del bolsillo de la chaqueta y colocó en el atril durante su intervención en el debate sobre el estado de la Nación. No se le puede negar su vis actoral, ese movimiento sosegado del brazo y el golpe de cada proyectil en la madera rompiendo su silencio efectista. ¿Cuántas veces habrá ensayado la escena durante el fin de semana poniendo las balas sobre el lavabo de su casa frente al espejo?

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación