tribuna abierta
Navidad, días de esperanza
Querido lector, póngase a soñar, porque Dios habla en los sueños. ¿Qué es lo que más desea, sobre todo en este tiempo de Navidad?
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Este tiempo siempre me ha resultado entrañable, íntimo, lleno de bellezas y de encanto, aunque haga frío. Según la liturgia católica, ya estamos de nuevo en el periodo de Adviento, puertas de la Navidad, que significa encanto, ilusión y esperanza. Es el mes de la ... Inmaculada, estampa de santidad y hermosa virginal, estrella brillante, con un horizonte repleto de esperanza, ilusión. Es el mes de la Navidad, cuando Dios se hizo niño y ternura, cuando recibimos el mensaje de alegría desbordante, de vida familiar, de paz y deseos de felicidad para todos, de cercanía a los más pequeños y a los que sufren, días de apertura al Dios que quiere nacer con nosotros. Difícil encontrar un mes tan bonito y tan rico -sin pensar en lotería-. A pesar de que nos sigue llegando el ruido de fondo de las armas de la guerra en varios países. Y de fronteras adentro tampoco podemos decir que las cosas vayan precisamente sobre ruedas.
Para mí la Navidad es un despertar de ilusiones y un canto a la utopía, al anhelo, a la quimera, al sueño. Y no un Black Friday con los anuncios de juguetes, el turrón y los polvorones a la venta, las luces brillando con fuerza en las calles y los escaparates llenos, invitándonos al consumo. Muchos dejan de lado el sentido cristiano y olvidan al Niño-Dios, símbolo y atributo de ternura, amor y de misericordia.
Querido lector, póngase a soñar, porque Dios habla en los sueños. ¿Qué es lo que más desea, sobre todo en este tiempo de Navidad? Pues seguramente el fin de las guerras y de los odios, la colaboración y la solidaridad entre los pueblos, la tolerancia y el respeto para todos, la ansiada paz.
La Navidad se viste de oro y de luces y suelta palomas mensajeras anunciando la paz y la solidaridad. Tenemos que hacer verdad lo que dicen los profetas: «No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrará para la guerra». En vez de espadas, arados; en vez de tanques, tractores; en vez de bombas, bocadillos. Hagamos la guerra a la guerra, hagamos combate a los violentos sin violencia. Esta es la mejor Navidad.
Sueño con la salud y la felicidad, la curación de las heridas, la liberación de las cadenas, la satisfacción de las necesidades primarias, que no haya paro ni miseria, que se venzan las enfermedades que tantas muertes originan, que los niños y niñas sean buenos y sanos y que los jóvenes no se envicien ni con drogas ni con móviles y que los mayores sean respetados.
La Navidad promete soluciones y en este tiempo se nos anuncia la llegada de un Salvador maravilloso que nos enseña los caminos de la dicha, la libertad y de la vida. Nos ofrece las medicinas que necesitamos y que el Niño Dios se convertirá en medicina, luz y alimento para todos.
Si somos personas de esperanza, tiene que notarse. No solo creer en ella, sino viviéndola con alegría, con confianza, superando los miedos, no guardando tesoros, ni cultivando rencores, no apegándonos a la vida, viviendo el presente, sembrando casa día y adelantando el futuro.
¿Cómo podemos conseguir un mundo nuevo, una sociedad distinta? No será, desde luego, con el poder político, económico y, mucho menos, militar. Pero no podemos cerrar los ojos a la realidad doliente que nos rodea. No podemos dejar de llorar con los que lloran y estar cerca con los más necesitados, con ánimo esperanzador y a pesar de todas las dificultades.
Ciertamente todos los seres humanos están dotados de la misma dignidad y tienen los mismos deseos fundamentales desde la fe y la esperanza. Las razones últimas que fundamentan esta esperanza están más allá del ser humano y las encontramos en la mente y en el corazón de Dios. En ese Dios Niño que mira nuestro mundo con misericordia infinita. En eso Dios nos ama a todos hasta el derroche. En ese Dios que no castiga sino que perdona y salva. En ese Dios que envió a su Hijo al mundo para salvarnos. Este sería el mejor momento navideño. Hay que tener en cuenta que Jesús de Nazaret no nació en un templo, ni en un lugar sagrado y, menos aún, en un palacio, sino en un vulgar establos.
La verdad de la Navidad es quedarnos con el sentido religioso, que los cristianos recordemos estos días entrañables de Navidad. Que Dios entró en la historia humana por donde menos podríamos imaginar, por un establo, lugar por donde suele haber estiércol para animales. Esto quiere decir que la salvación de la humanidad viene desde abajo, viene de los últimos de nuestro mundo.
Vivamos y celebremos la Navidad con la alegría de los pastores. Y soñemos con buscar a gentes para ir a la gruta de Belén y preguntar al recién nacido lo que hace dos años dijo el Papa Francisco en la homilía de Navidad: «¿Cómo encontraremos el sentido de la Navidad?¿Dónde iremos a buscarlo?». Y yo le añado: ¿En qué hemos convertido la Navidad?.
Ciertamente, la sociedad de consumo con la cual convivimos aprovecha estas circunstancias para devorar cualquier novedad que salgan precisamente en estas fechas, cuando se derrochan las simbologías festivas que encubren y desfiguran el verdadero espíritu de la Navidad traída por Jesús de Nazaret.
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