tiempo recobrado
Ser-en-el-mundo
La izquierda ejerce la tiranía de lo políticamente correcto y la derecha agita miedos atávicos para defender un orden fosilizado
Gambito de dama (7/2/24)
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Vuelvo siempre a Heidegger, un filósofo al que amo y detesto con la misma pasión. Su complicidad con el nazismo me repugna, su cobardía moral me aleja de él, pero su concepción del hombre y su fuerza intelectual me parecen de una lucidez imprescindible.
La reflexión de Heidegger sobre el ser ... es la indagación de una condición humana arrojada al mundo, según sus propios términos. Nada de lo que podamos decir o pensar es formulable fuera de esa exterioridad que forma parte de nuestra identidad. Somos seres que tomamos conciencia a través de los otros, una idea que impregna todo el existencialismo.
El filósofo alemán acuñó una serie de conceptos que expresaba con palabras enlazadas como ser-en-el-mundo, un recurso con el que quería condensar la idea de supresión de los límites entre el sujeto y el objeto. Con ello pretendía enfatizar la historicidad como algo inherente a los hombres, cuya existencia sólo es comprensible en un contexto temporal.
Siguiendo su estela, Sartre subrayó que siempre somos conciencia de algo. Lo importante es el 'de'. Este concepto está unido a lo que llamaba 'el-ser-para-sí', que define la construcción del individuo a través de su proyección en el mundo, de una búsqueda personal para llenar la falta de esencia.
Jaspers sintió una profunda inquietud cuando Heidegger se adhirió al nacionalsocialismo en 1933, aceptando el cargo de rector de Friburgo. No hay duda de que en ese momento sucumbió a la tentación de la vanidad y el poder. Y puso su sabiduría al servicio de un régimen criminal.
Conectando con su concepción del ser, Heidegger se inventó una alianza entre el pueblo y las elites nazis, subrayando que la plena realización de los ciudadanos pasaba por su adscripción al ideario totalitario de Hitler, en el que se fusionaban el individuo y la nación. Habló de «una revolución transformadora» de Alemania.
Esta evocación de la filosofía heideggeriana viene muy a cuento en nuestros días, cuando vemos que pululan caudillos populistas de uno y otro signo ideológico que nos piden que renunciemos a pensar y que nos sumemos a sus causas. La izquierda ejerce la tiranía de lo políticamente correcto y de su superioridad moral y la derecha agita miedos atávicos para defender un orden fosilizado.
Hay mucha gente que entrega su alma a líderes populistas y fanáticos, que prometen soluciones fáciles a los problemas complejos, porque necesita seguridades. El vertiginoso cambio social y tecnológico empuja a adorar a falsos profetas. Un espejismo comprensible, pero que obvia lo que el propio Heidegger traicionó: que somos seres arrojados al mundo, condenados a vivir en la precariedad y en una permanente búsqueda de un sentido que se nos escapa. Como apuntaba Kant, la lucidez de un individuo se mide por la incertidumbre que es capaz de soportar.
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