el retranqueo
Sánchez o el fin de los tiempos
Presentarse como «el muro de la democracia», eso ha dicho, es demasiado. Incluso para tanto ego
Dedicar más de 45 minutos a alentar el miedo a una involución política en España demuestra que Pedro Sánchez ya ha conseguido con éxito situar a nuestro país exactamente donde quería. En la fractura total bajo la coartada de una falsa convivencia. En el resentimiento ... social, en la trinchera ideológica, en la división entre reaccionarios y progresistas, sin más matices, sin moderados a la vista, sin grises entre el blanco y el negro. Ese es el diagnóstico, tan simplista, que describe para el mundo, para Europa y, por supuesto, para España. Y ahí emerge él, como un obseso de las libertades, los derechos y las garantías frente a la opresión de lo reaccionario.
Sánchez ha dibujado un inmenso plano teórico, un marco mental falsario, pero que repetido convenientemente como un mantra a través del pertinaz altavoz gubernamental, se convierte en la auténtica verdad del nuevo régimen, en la verdad única, en el pensamiento imperante. España supura por la herida de una ultraderecha enrabietada y de su mensaje de odio. Y frente a eso, Sánchez, impoluto de democracia auténtica, aparece como solución. Es él o el miedo. Él o el abismo. Él o la nada. Él o el caos. Él o la ignominia de los pactos antidemocráticos. Es la España luminosa de Sánchez o la oscura del fascismo. No hay más, ni mayor simplismo argumental. Lo determinante -sea verdad o mentira da igual- es que le ha funcionado.
Ese tono apocalíptico, sin embargo, no tiene mucho de amparo político realista. Fue una evasión pseudofilosófica para elucubrar una y otra vez sobre la idea de que la democracia jamás puede tener una raíz conservadora. Su discurso fue deliberadamente emocional para marcar los tiempos de un mesianismo de segunda vuelta, y se presenta como una suerte de salvador planetario 2.0 al que solo comprenden verdaderamente los llamados a la luz. Y la luz es su coalición.
Entre tanto celofán, Sánchez, vaya, olvida una premisa fundamental. Quienes votan todo lo que él considera reaccionario, neoliberal, austericida, involucionista, discriminatorio, odiador, machista, crispador, clasista, xenófobo, y todos los términos con los que adornó su retórica de investidura, también están legitimados por las urnas. Su objetivo es deslegitimar a media España, sus protestas y su capacidad para discrepar. Las urnas del 28 de mayo fueron, así, un conato de fascismo, una sublevación antidemocrática que él pudo conjurar el 23 de julio. Reduce a más de media España a un mero puñado de odiadores de la democracia como coartada para que sólo él pueda liderarla. Salvarla. Pero la democracia no es unidireccional ni unívoca a favor de la izquierda. La democracia no es Sánchez o el fin de los tiempos. Quizás, presentarse como «el muro de la democracia», eso dice, sea demasiado. Incluso para tanto egocentrismo.
Oiga, ¿y Puigdemont?, ¿la división de poderes?, ¿los jueces con sus togas en la calle? ¿la amnistía?, ¿la soberanía nacional? Bah. Minucias. Hacer de la necesidad virtud allí donde el fin justifica los medios. Y usted, usted avance hacia la luz.
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