Arma y padrino
Visión sin encuadre
Yo, digo, les enseñaría fotografía desde bien pequeños. Porque exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros
Chorizos, infieles y fiscales generales
El arte de no ofenderse tanto
Coincido con Julio Cortázar en que los fundamentos de la fotografía deberían enseñarse en la escuela. Cito de memoria (o sea, de manera inexacta, no me lo tengan en cuenta, porque no me voy a levantar a mirarlo, que diría Umbral): «Entre las muchas ... maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros». Imagino que estoy desfasada, porque ahora eso no se les enseña a los críos. No está de moda. No es que yo vaya ahora a esbozar aquí un tratado sobre educación, solo faltaba, pero con pensaba en esto al escuchar conversaciones ajenas en el bar de mi pueblo. Ya he contado alguna vez que el bar de mi pueblo es mi particular test de la importancia de las cosas: si no se habla en ese bar, aunque ardan las redes, no es para tanto. Y hoy no se hablaba de Franco ni de, como dice Berta G. de Vega, los actos conmemorativos de una tromboflebitis, sino de la vuelta al cole. Una vuelta al cole entre nuevas metodologías, asignaturas por proyectos, calificaciones no numéricas y matemáticas con perspectiva de género. Ni disciplina, ni educación estética, ni buen ojo, ni dedos seguros. Con cuidado de no frustrarles con un no o un depende y más días libres que un hermano de Sánchez.
Decía otra cosa Cortázar que me parece muy interesante, que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa. Porque uno ve las cosas de determinada manera, y así quiere reflejarlas y que sean vistas, pero de pronto hay una luz concreta (ni más ni menos), y puede acercarse solo hasta cierto punto (no más allá, por mucho que quiera), y debe elegir qué deja y que saca del encuadre (no hay tu tía). Hay que sacrificar profundidad de campo o velocidad, no se puede todo. Ni sale lo que no hay, ni desaparece lo que ahí está. Y anda uno, con su cámara en la mano, negociando con la verdad. Con el fin de que otro pueda ver más tarde lo que quiere mostrarle, de la manera lo más cercana posible a como lo apreció. No se me ocurre mejor manera (o, al menos, manera más divertida) de enseñarle a un niño la importancia de la verdad y, al mismo tiempo, la diferencia que hay entre nuestra manera de ver las cosas y las cosas en sí, a lidiar con esa frustración. Yo, digo, les enseñaría fotografía desde bien pequeños. Porque exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. Y en lugar de murales en las escuelas que digan «si puedes soñarlo, puedes lograrlo» escribiría que claro que pueden soñarlo e intentar lograrlo y que, de no hacerlo, pasen al plan B porque así es la vida. Y, un poco más abajo, otras palabras de Cortázar: «Basta salir sin la Contax para recuperar el tono distraído, la visión sin encuadre, la luz sin diafragma ni 1/250».
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