Arma y padrino
Gradación de la víctima
Si mueren cinco millonarios en un submarino, se admiten la chanza y la celebración. Si arde un edificio, hay que ver en qué barrio
Haití: abandonado por Dios... y por los hombres
Un feminismo fragmentado cabalgando contradicciones
He visto estos días la serie 'Nos vemos en otra vida', adaptación del libro 'Nos vemos en esta vida o en la otra' de Manuel Jabois. Me ha gustado mucho. He visto también algunos documentales y leído diferentes especiales y monográficos en prensa. Unos ... me han interesado más que otros. Los aniversarios es lo que tienen, sobre todo cuando acaban en cero. De aquellos días recuerdo, sobre todo, la incredulidad inicial. El dolor y la impotencia posteriores. También la solidaridad. Ahora, con la perspectiva de los años, lo único importante me parecen las víctimas. Las que se fueron y las que se quedaron. Madrid éramos todos, que diría un cursi, y posiblemente fue la última vez que estuvimos unidos en algo. Y nos duró poco.
Veinte años después, me ha llamado mucho la atención una idea recurrente, tanto en las ficciones como en las crónicas: la de lo injusto que era que, lo que sucedió, hubiese pasado precisamente en un barrio obrero. Le he dado muchas vueltas, casi sin querer, a la frase, repetida muchas veces y por muchas personas. De periodistas a familiares de víctimas, de supervivientes a sanitarios y policías. Qué injusto que pasara precisamente allí. A obreros que cogían el tren para ir a trabajar. A estudiantes acudiendo a sus clases temprano. A gente humilde. Y me parece perverso el mensaje que subyace. Como si otras muertes hubiesen sido menos lamentables, como si en otro barrio hubiese dolido menos. Como si hubiese víctimas que merecen más conmiseración que otras y eso lo determinase el poder adquisitivo. O, como diría Lilith Verstrynge, su código postal.
Como entiendo, creo, el dolor del que sufre, aplico toda la caridad interpretativa de la que soy capaz y pienso que lo que quieren decir es algo parecido a aquel popular «a perro flaco, todo son pulgas». A veces, parece que todo lo malo les pasa a los mismos. Pero no puedo evitar sentir que, en boca de otros, es inquietante. ¿Hubiese sido menor la desgracia de haber ocurrido en otro barrio? ¿A igual número de víctimas y misma situación, menos lamentable si hubiesen sido todos altos ejecutivos con abultadas carteras? ¿No tienen estos también hijos y madres? ¿Son menos víctimas o merecen menos compasión? ¿Sus vidas merecen menos la pena o su muerte violenta es menos injusta?
Extrapolando la expresión a otras circunstancias trágicas, veo que se repite. Si mueren cinco millonarios en un submarino, se admiten la chanza y la celebración. Si se estrella un avión, duele menos si es un vuelo privado. Si arde un edificio, hay que ver en qué barrio. Como si se hubiese asumido una especie de bondad intrínseca al humilde y una maldad inherente al pudiente. Así, a brocha gorda. Si continúo extrapolando, la cosa se extiende por motivos de raza, género, orientación sexual, ideología o creencias religiosas. Una especie de tribalismo de andar por casa que nos divide en malos y buenos y, llegado el caso, víctimas mejores y víctimas peores.
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