PERDIGONES DE PLATA

La vida neoliberal

Errejón abrazó el neoliberalismo, algo sin duda próximo al satanismo, sobre todo porque claudicó en su sectarismo y esto colisionó con su existencia de verdadero señor clasista

La multa

Papagayos

El camarero favorito de Humphrey Bogart, leí en alguna parte, adoraba al actor salvo cuando superaba la fase de la quinta copa. Si el protagonista de 'Casablanca' cruzaba esa frontera, entonces se creía Bogart y mutaba en persona insoportable. Vamos, que se ponía muuuy ... tonto, y lo peor es que se lo montaba de tío duro y algo cínico, aunque no lo era, como en sus películas. Por eso, a través de tal anécdota, uno pensaba que los límites de las contradicciones entre las personas y los personajes sólo atacaban a la tribu de la farándula del celuloide y otras ramas audiovisuales, pero jamás a los políticos de primera fila. Olvidé, terrible fallo, que la política, hoy, en general, no es sino espectáculo vocinglero interpretado por pésimos comediantes.

De todas formas, una vez asumido este error, reconozco que lo más abracadabrante de la carta de dimisión, evaporación o disolución personal, lo que me despista hasta el ojiplatismo, es la «vida neoliberal» que Errejón, parece ser, arrastraba como quien apechuga con un pesado saco de grava sobre el lomo que le perjudica la sensatez más básica. De entrada, lo de «vida neoliberal» ignoro qué es. Tampoco soy capaz de adivinar qué es un «neoliberal». Entiendo que alguien «liberal», así a secas, se dedica a vivir y dejar vivir de la mejor manera posible sin fastidiar al prójimo. Alguien, por ejemplo, que milita en la pequeña burguesía ilustrada. A un liberal me lo imagino con el batín, las pantuflas, la chimenea, un buen libro, un chato de vino y un vinilo de jazz. El liberal no se mete en los asuntos del vecino y disfruta de los sencillos placeres de la vida. Pero se conoce que Errejón abrazó el neoliberalismo, algo sin duda próximo al satanismo, sobre todo porque claudicó en su sectarismo de genuino zurderío mental y esto colisionó con su existencia de verdadero señor clasista. Gozaba como los ricos pero su corazón yacía al lado de los pobres. Vamos, que la empanada mental acaso le obligó, presuntamente, a unos desacatos existenciales tachonados de neolibertinaje.

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