PERDIGONES DE PLATA
El veneno de la vanidad
La extravagante, marciana y anabolizada carrera académica de la esposísima nunca tuvo ni pies ni cabeza
Aldama, una máquina
Bajistas profesionales
La vanidad. Cuidado con el exceso de vanidad, con los aterciopelados halagos que la nutren, con los piropos que la vitaminan, con los cobistas profesionales que nos rodean porque su vocación traidora sólo trata de parasitarnos mientras acarician solícitos nuestro lomo. Todos los días interesa ... vigilar la vanidad del mismo modo en el que se controla el colesterol o cualquier otra dolencia que revolotea pertinaz. Para esquivar los subidones de vanidad conviene disponer de amigos genuinos que te apuñalan con las dolorosas verdades. La sinceridad, de acuerdo, en ocasiones está sobrevalorada. Decirle al prójimo que ha engordado destila sadismo, pero en otros casos sólo cuando nos explican la cruda realidad reaccionamos. Y si no reaccionamos, es que estamos perdidos y eso es una lástima.
La extravagante, marciana y anabolizada carrera académica de Begoña Gómez, la esposísima, nunca tuvo ni pies ni cabeza. Codirigía una catédra sin ni siquiera ser licenciada. Tamaño despropósito no podía acabar bien. Ignoro en qué cristalizarán las investigaciones del juez Peinado, ese hombre vapuleado, caso único en cualquier democracia sana, por casi todos los ministros que obedecen perrunos a su jefe formando una jauría tan domesticada como aquellos leones de Ángel Cristo. Tampoco importa. La vanidad de Begoña exigía escaparate, plataforma, púlpito, butacón o trono para pronunciar unas merluzadas que nos han sorprendido, desde luego, por hueras. Begoña, para fortalecer su vanidad, se arrimó al ámbito universitario, que eso proporciona lustre y prestigio. ¿Qué necesidad tenía? Ninguna, pero la vanidad la dominó y ella prefirió figurar sin ningún salero y sin bagaje que la acreditase. Su ridículo al pretender una pátina intelectual de la que carece, resulta estrepitoso. Le han suspendido, pues, el chiringuito de rarunas lecciones catedráticas que no eran sino fugaz espuma de nuestros días tardosanchistas. Queda truncada, en fin, una carrera académica que nunca debieron de aprobar. La vanidad. Cuidado con su veneno.
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