PERDIGONES DE PLATA
Vaquillas y cabestros
Si ese es uno de los referentes de la generación 'lalachusiana' entendemos el auge de la burricie
El hombre invisible
«Avance civilizatorio»
Nuestra dúctil sesera de adolescentes atolondrados explotó cuando vimos 'La vaquilla', de Luis García Berlanga. El maniqueísmo que nos esclavizaba por fin se quebró. Comprendimos que primó, en la Guerra Civil, la carne de cañón que alistaban según la procedencia geográfica coloreada de rojo ... o de azul. Y gracias a esa película creímos, qué inocentes éramos, que se cerraban las heridas porque semejante carga socarrona sólo podía reconciliarnos. El toque berlanguiano cicatrizando aquellos odios. Nos equivocamos. Pero agradezco que uno de los referentes con los que nos educamos viniese con esa vaquilla que acaba muerta en la tierra de nadie, o sea en la tercera España que jamás fructificó porque descalabrar al prójimo siempre nos hipnotizó. Sí, crecimos con aquel bicho, con 'La clave' de Balbín, con el amigo Félix y también con 'La edad de oro' de Paloma Chamorro, un programa que nos permitió asomarnos hacia otros horizontes mucho más interesantes que los de la aburrida radiofórmula de puro chicle musical.
La vaquilla forma parte de la educación sentimental española. Fíjense en Lalachus, ella también exhibió una vaquilla, pero en este caso la de un concurso catódico de entretenimiento cazurro, 'Gran Prix', destinado a seducir los paladares más depurados de España negra. La presentadora de las campanadas apuntó que de esa vaquilla, para los de su generación, manaba cierta magia totémica. Pues se nota. Pues qué pena. Si ese es uno de los referentes de la generación 'lalachusiana' entendemos el auge de la burricie, de la molicie, de la estulticia. La vaquilla de Berlanga representaba el símbolo del energumenismo que intuíamos abandonar; la de Lalachus, o sea la de Gran Prix, homenajeaba un festejo ramplón donde los mozos, nada que ver con la reglamentada lidia de una corrida, aletean sus brazos como moscas espídicas frente a un cornupeta de cuarta división que destila tierna mirada de coma profundo. Siempre hubo vacas, toros, vaquillas y cabestros. Me alegra venir de la vaquilla de Berlanga y Azcona.
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