Perdigones de plata
Sospechosos habituales
Estos irracionales pálpitos son terribles, lo sé, y todos merecemos la presunción de inocencia
¿Pa' qué me invitas?
Jefe de jefes
Su rostro era como el de un niño envejecido prematuramente o como el de un viejo algo aniñado. Había algo raro en aquel careto, algo que no cuadraba. Unos finos rizos empapados de sudor se precipitaban sobre su frente. La cámara se acercaba despacio hasta ... conseguir un primer plano demoledor. Entonces sonó la voz de Joselito, el pequeño ruiseñor. Mirando al objetivo, más o menos, dijo algo así: «¿Ustedes de verdad creen que tengo algo que ver con esos 2 kilos de cocaína?». El tembleque de su cabeza, el timbre quebrado que gastaba, su aspecto, en fin, no ayudaban a creer en su inocencia. Sucedió en 'La máquina de la verdad', aquel programa liderado por Julián Lago, y me sigue pareciendo un momento cumbre de la televisión. A Joselito le buscaban las cosquillas, en efecto, por un asunto de farlopa. Y tuvo el valor de enfrentarse a la máquina. No recuerdo, ni me importa, lo que sentenció el trasto erizado de cables.
En general, las teorías de Cesare Lombroso, se me antojan basura. Los semblantes de peligro asimétrico del personal, acaso dotados de una fealdad aplastante, llamativa, no prueban que pertenezcan a criminales. Resulta injusto cuando juzgamos al prójimo por su estampa, por sus ademanes, por sus andares. Claro que, en ocasiones es difícil no caer en tentaciones extravagantes que provocan conclusiones precipitadas. Joselito, y he olvidado si le condenaron o no por traficar con alpiste, llevaba el pecado del trapicheo tatuado sobre la faz cuando aquel espectáculo, qué le vamos a hacer. Idéntica sensación me embarga cuando observo fotos o imágenes de Ábalos con Koldo actuando de escolta. Les miras y piensas que son culpables, de lo que sea, porque destilan el perfume de los sospechosos habituales. Estos irracionales pálpitos son terribles, lo sé, y todos merecemos la presunción de inocencia. Si lo sabré yo: cuando los exámenes de la facultad me colocaban en la primera fila para vigilarme. Grave error, pues jamás copié. En cambio, los querubines repeinados fusilaban como monos. Malditas apariencias.
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