Perdigones de plata
Sonrisa mentolada
Somos un viejo barco que se escora hacia el remolino de la nada
Una familia sagrada (9/10/2023)
Monstruos (6/10/2023)
En aquel pulcro ascensor al menos no sonaba el grimoso hilo musical que a veces tortura al usuario. Pero en aquel reducido espacio, hace algo más de tres décadas, coincidí de carambola con Ursula Andress y mi sesera ardió. Si noventa minutos son 'molto ... longos', como dijo Juanito refiriéndose a las remontadas del Bernabéu, diez segundos con Ursula también resultaban elásticos. La recordé saliendo del mar con aquel bikini, y en alguna película junto a Belmondo. Gracias al descerebramiento propio de la juventud, de repente pensé lo de «¿y si se encapricha de mí, me convierte en mozo-florero y me jubila?». Así pues, la saludé en francés y le solté alguna memez. Me miró con un desprecio olímpico, monumental, irrepetible, irresistible. No abrió la boca. Lo que se abrieron fueron las puertas del ascensor y desapareció. Un mirada despectiva por su parte se me antojó pura gloria… Oiga, que era Ursula Andress, nada menos.
Luego irrumpió otra Ursula en nuestras vidas, Ursula von der Leyen, y me temo que salimos perdiendo. Si España, seamos generosos, va regulera tirando a raquítica, la decadencia de Europa, salvo excepciones, abruma. Cuando veo en las noticias a Ursula von der Leyen siempre me parece que va a invitarnos a un té. Ignoro el motivo, porque nunca se me ocurriría tomar un té, pero la imagino ofreciendo té a las visitas luciendo sonrisa mentolada. Bajo su férula Europa, un día, prohíbe la peligrosísima purpurina industrial, y luego, al otro, se muestra tibia ante la demencial y siniestra agresión que ha sufrido Israel. Navegamos desbrujulados y somos un viejo barco que se escora hacia el remolino de la nada. Mientras tanto, China, el genuino polucionador, nos inunda con sus baratos coches eléctricos. Mientras tanto, la inmigración ilegal devora las islas Canarias. Ya ni somos capaces de inventar estrellas como aquella Ursula Andress de arrebatadora personalidad. Ahora, cuando nos atosigan desde todas partes, pimplamos té sin sabrosos edulcorantes químicos porque somos ecosostenibles y europánfilos.
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