Hazte premium Hazte premium

Perdigones de plata

Sonrisa mentolada

Somos un viejo barco que se escora hacia el remolino de la nada

Una familia sagrada (9/10/2023)

Monstruos (6/10/2023)

Ramón Palomar

Esta funcionalidad es sólo para registrados

En aquel pulcro ascensor al menos no sonaba el grimoso hilo musical que a veces tortura al usuario. Pero en aquel reducido espacio, hace algo más de tres décadas, coincidí de carambola con Ursula Andress y mi sesera ardió. Si noventa minutos son 'molto ... longos', como dijo Juanito refiriéndose a las remontadas del Bernabéu, diez segundos con Ursula también resultaban elásticos. La recordé saliendo del mar con aquel bikini, y en alguna película junto a Belmondo. Gracias al descerebramiento propio de la juventud, de repente pensé lo de «¿y si se encapricha de mí, me convierte en mozo-florero y me jubila?». Así pues, la saludé en francés y le solté alguna memez. Me miró con un desprecio olímpico, monumental, irrepetible, irresistible. No abrió la boca. Lo que se abrieron fueron las puertas del ascensor y desapareció. Un mirada despectiva por su parte se me antojó pura gloria… Oiga, que era Ursula Andress, nada menos.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación