Perdigones de plata

La sonrisa del fiscal

Nunca se ha desplegado un fulgor sonrisil tan tremendo como en nuestros días

Me despista la eterna sonrisa, en realidad blanda sonrisilla, del fiscal general Ortiz. En ocasiones se me antoja la sonrisa artificial y nerviosa del que oculta algo, pero luego no lo tengo tan claro porque todos intuimos, ejem ejem, presuntamente, que en verdad algo oculta, ... con lo cual rechazo esa mi primera ocurrencia por fácil, por demasiado obvia. Otras veces me parece que la mueca pelín quebrada que se dibuja sobre su faz no es sino parapeto ante la adversidad, blindaje aterciopelado contra el marrón que le acecha, refugio difuso para confundir al adversario. ¿Y por qué sonríe siempre el señor Ortiz? Pues lo ignoramos, más allá de su posible carácter risueño y de un profundo deseo por caerle bien al prójimo.

En cualquier caso, estamos ante una sonrisa a medio camino, como si fuese un gallego puro sorprendido en mitad de una escalera que nunca sabes si sube o si baja. Es la suya, pues, desde luego, que ya voy hilando más fino o eso intento, una sonrisa alejada de la avalancha dentuda que sacude las redes con unos influenciadores que practican la máxima pantojiana, la de «dientes, dientes», hasta límites que desbordan la marfileña piñata de un gorila centroafricano durante un día de sol abrasador. Nunca se ha desplegado un fulgor sonrisil tan tremendo como en nuestros días. El personal sonríe para demostrar su felicidad, su buen humor, su talante simpaticote, su tono alegre, su pertenencia a la manada. La gente sonríe porque sus ídolos así lo hacen, y también porque a nadie le apetece que le tomen por un tipo moroso, triste, apagado, tirando a aguafiestas. De todas formas, al ser un tipo chapado a la antigua, qué le vamos a hacer, valoro a los gerifaltes de altas responsabilidades que mantienen el rostro encajado en la severidad que dignifica su cargo. Eso me genera confianza. Desconozco, en fin, los motivos de la atolondrada, acaso bobalicona, sonrisa perpetua del fiscal Ortiz. Será que le acuchilla la pertinaz risa floja porque está acorralado y sospecha que su futuro pinta regulín. Digo yo.

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