Perdigones de plata
Raza
Fatigado ante tanta tontería, huyendo como siempre del racismo, prefirió largarse junto a su novia, una pálida británica
Gran bazar (22/5/2023)
El jubilado barojiano (19/5/2023)
Su bronco carácter no nació de la rabia que brota bajo la vieja uralita corrugada de la chabola. Su padre era profesor de instituto y su madre un bellezón. Estudiaba para médico pero pronto le expulsaron de la facultad. Chupó 7 años de trena por ... un atraco a mano armada. «No me ha ocurrido nada en la cárcel que no hubiese encontrado ya fuera de ella», dijo. En el penal se aficionó a la lectura y devoró a Hammet y a Chandler. Decidió ser escritor. Se llamaba Chester Himes, era negro y creó a un par de polis negros que atravesaban Harlem a sangre y fuego rodeados de personajes atrabiliarios, buscones, suripantas y garitos con reboticas imposibles. De Sepulturero Jones y Atáud Johnson, sus pasmas tremebundos, consta que «la gente sabía que eran capaces de matar de un tiro a un hombre por no mantenerse dentro de la cola». Nadie describió aquellos escenarios violentos como él.
Culo inquieto, hastiado de su tierra, emigró a Europa y se instaló en París. Marcel Duhamel le fichó para que publicase en la colección de serie negra de la editorial Gallimard. Triunfó. A los gabachos les entusiasmaron aquellas descarnadas historias y, siempre tan finos, afirmaron que era un genio del 'absurdo'. Sin embargo tal deducción asombró a Chester: «Creía que lo que estaba escribiendo era realismo. Nunca se me ocurrió pensar que estaba escribiendo absurdo». Acaso, otra vez, fatigado ante tanta tontería, huyendo como siempre del racismo, prefirió largarse junto a su novia, una pálida británica de nombre Lesley. Se afincaron, año 69, en Moraira, preciosa villa que supo renunciar al mostrenco turístico para mantener su esencia de poblachón de pescadores donde todos se aprecian y se saludan. Frente al mediterráneo le enterraron en 1984. Ignoro si aquí somos más o menos racistas que en otras zonas del primer mundo, pero sólo sé que en el único lugar donde el gran Chester Himes, verdadero escritor de pura raza, encontró cierto sosiego y cariño fue en aquella ochentera España libre del tocomocho de la compra-venta de votos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete