PERDIGONES DE PLATA

La mala vida

Vivimos al día, gracias al crédito, con voracidad de piraña, vivimos como si el mañana no existiese

Sin prisioneros

Reflejos

Observo un fenómeno paranormal, un misterio cósmico, un desparrama global que, a duras penas, consigo destripar. Se supone que somos un 20% más pobres que hace una década o así, sin embargo cuando estas fechas irrumpen se colapsan las playas, las montañas nevadas, los ... refugios rurales, los apartamentos turísticos y cualquier madriguera que pueda cobijar a los que vacacionan. Ignoro la ubicación del manantial desde donde emerge esa alegre pasta que sufraga los gastos, pero ahí está.

Nuestros padres disponían de ese famoso colchón que sólo se usaba en caso de máxima emergencia. El célebre calcetín donde depositaban los ahorros de cada mes. Era muy de clase media, y además de buen gusto, poseer ciertos dineros apalancados que adquirían categoría mística, mitológica, legendaria. Esa santa leña sumergida en los refajos íntimos de la familia tranquilizaba una barbaridad, mucho más que los lexatines que el personal consume con enorme disciplina. Imagino que nosotros, como no queda otro remedio, hemos renunciado al ahorro básico. Vivimos al día, vivimos gracias al crédito, vivimos con voracidad de piraña, vivimos como si el mañana, en efecto, no existiese. Vivimos con el frenesí de aquel anfetamínico Elvis Presley de los directos de Las Vegas. Vivimos a golpe de tarjeta, vivimos mediante el sablazo al prójimo si procede, vivimos porque sólo cuando nos movemos sentimos que nuestra existencia destila vibraciones. Vivimos en un sinvivir, en un sobrevivir, en un malvivir. Y nos gusta porque nos va la marcha. Vivimos a salto de mata como aquello forajidos «desperados» de frontera hóstil. Vivimos con la urgencia del sicario que huye siempre de la policía y con la faz del estafador que escapa a todo gas de su último fraude. El quiebro saleroso es nuestra rutina y la improvisación de cada día nuestra bandera. Vivimos sin privarnos de nada para no parecer unos parias. Vivimos acelerados en la lenta caravana de coches. Pero mientras vivimos en el funambulismo del infarto, añoro aquel colchón de nuestros padres.

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