Perdigones de plata
El haiga
Sánchez sospechamos que desea nuestra derrota eterna para así concedernos una paguita
Fracaso posvacacional
Armas blancas
Si una cordillera de millones se precipitase sobre mi chepa ignoro cómo asimilaría semejante caudal mi sesera. Imagino que me concedería caprichos extravagantes, chorradas carísimas adquiridas en subastas como un pañuelo resudado de Elvis Presley, un oxigenado mechón de pelo de la Monroe o la ... camiseta que lució Kempes en la final de aquella Recopa con penaltis de infarto. Pero un cochazo, o sea un Ferrari, un Maserati, un Lamborghini o un Rolls, creo que no. No me veo conduciendo una de esas fogosas máquinas. Me sentiría bastante ridículo y me atraparía cierta vergüenza como de paleto anabolizado que pretende epatar al prójimo.
Ahora bien, que los bellos carros me dejen en el limbo de los ultracongelados no me impide admirar la exquisita línea de esos bólidos. A uno le encantaría que la mayoría de compatriotas guardase en su garaje un bicho de esos. Y si en nuestras calles circulasen manadas de haigas escupiendo sus rugidos de fauno trastornado, encelado, se me antojaría maravilloso porque eso revelaría que somos un país rico, muy rico, asquerosamente rico. Sánchez, el que usa el Falcon para todo, prefiere que nos traslademos en autobús, acaso porque ignora una frase demoledora y cruel de Dalí, la de «un hombre que a partir de los 40 usa el autobús para ir a trabajar ha fracasado en la vida». Sánchez, en efecto, sospechamos que desea nuestra derrota eterna para así concedernos una paguita entre caritativa y limosnera, de mera subsistencia, que le asegure el voto. Su opción autobusera destapa cierta mezquindad que nos conduce hacia la bacheada y mediocre curva de la vida. Somos borreguitos dóciles condenados a los frenazos y los acelerones que nos desarticulan en el transporte público, no gente de cartera robusta que se desplaza sobre obras de arte que levitan como alfombras voladoras. Uno desea un país trufado de ricachones, no una tierra poblada por perdedores que se conforman con las migajas de la sopa boba. Pero igual me equivoco y lo que mola es la ramplonería del patinete eléctrico. A saber.
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