Dominguero

Rompí las cadenas del pudor al comprender que agosto entero es un mes dominguero. Más aún: agosto es el verdadero paraíso del dominguero. Y también es su oasis, su nube, su limbo, su modorra permanente. Compré los alimentos en el supermercado. Chupé reglamentaria cola. Puse gasolina en plan autoservicio y me contuve para no limpiar la luna delantera del Jeep porque incluso un aspirante a dominguero profesional de purísimo agosto conserva ciertos tics. En cambio, en el súper, me agencié una botella de whisky normalito porque junto a ella regalaban un vaso de tubo que, en este caso sí, colmó mis aspiraciones domingueras. ¿Un vaso de regalo? A la saca. Desembarcar en la playa con la conciencia tranquila y dominguera representa otro éxito. Se acabó ir de fino, de sobrio, de exquisito, de fingir que sientes un 'stendhalazo' cuando observas una obra de arte que se supone focaliza un interés del que careces porque, en realidad, lo que te preocupa es la vulgar picadura que luces en la barriga. ¿Fue un mosquito autóctono, un mosquito tigre o una araña chunga? No importa, una vez consolidas tu porte de dominguero asimilas que esos percances forman parte del juego porque son como la medusa que un esforzado señor, admirable campeón del dominguerismo, saca del agua para depositarla sobre la arena ante el regocijo, mezcla de asco y gozo, de la chiquillería. El 1 de agosto uno abraza sin recato el dominguerismo chancletero. Y a mucha honra.