perdigones de plata
Danzas guerreras
Someter a los militares a semejante tormento de pamplinada suprema representa una bofetada de mal gusto
Disimular el sueldo (3/7/23)
Entrenar la sesera (30/6/23)
Crecimos con el ballet Zoom y los mareantes movimientos de cámara de Lazarov. Temimos cuando pequeños por si Raffaella Carrà se desnucaba en pleno éxtasis bailongo. Estos exámenes de educación sentimental curtieron nuestro espíritu y la sobredosis de cabriolas locas, mallas ajustadas que reflejaban ... las luces de los focos y melodías machaconas que te taladraban la sesera, nos afectaron lo justo. Aquellos traumas catódicos los borramos cuando alcanzamos la edad del pavo porque la memoria es selectiva y lo nefasto, mera cuestión de supervivencia básica, se evapora hasta yacer en el depósito de los rincones oscuros.
Pero a los militares que asistieron firmes y circunspectos en esa entrega de premios amenizada por un coro de bailarines disfrazados de soldados, ignoro la factura que les puede causar semejante visión. El decorado, tan de fiesta de fin de curso de chavalería voluntariosa, hería cualquier sensibilidad castrense, cualquier sensibilidad civil y cualquier sensibilidad en general. Pero contemplar tal desaguisado se puede, con paciencia y tiempo, superar. En cambio, ya veremos qué sucede con las secuelas acaso irreversibles provocadas por el espectáculo. En efecto, las evoluciones de los esforzados que efectuaban la danza deberían de estar prohibidas por la convención de Ginebra porque aplicar alto voltaje en los huevos del prisionero se me antoja más piadoso. Se va a comparar. Tal vez esta singular romería no fue sino experimento de alto secreto como el que narran en 'El mensajero del miedo'. O quizá pretendían chequear el temple de nuestros oficiales, desgastándolos en plan guerra psicológica como cuando les enchufaban a los 'charlis' las walkirias de Wagner desde los helicópteros. Nuestros oficiales controlan varios idiomas y suelen lucir dos carreras superiores. Gente profesional de enorme vocación. Tipos que, todavía, en esta ingrata sociedad, creen en el honor y en la palabra dada. Someterles a semejante tormento de pamplinada suprema representa una bofetada de mal gusto que no merecían.
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