PERDIGONES DE PLATA
Bocata incluido
El bocadillo es el verdadero soborno en lo universal y el PSOE lo sabe
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Resulta conmovedor descubrir como el bocata, ese simple bocadillo de chorizo o de mortadela, acaso animado por un par de rodajas de unos tomates tan relucientes como ínsipidos que parecen cultivados en una estación espacial, sigue actuando de animador gástrico precisamente para los estómagos agradecidos ... que acuden fieles a la llamada del líder. El bocata es la dádiva que colma los anhelos de la tropa que forma la masa aplaudidora y a uno le alegra comprobar como, en tiempos tecnológicos de chips y microchips, de telefonillos que abducen a la mocedad, de molinillos que producen electricidad, de Inteligencia Artificial y de 'influencers', un bocata normalucho es el arma definitiva que doma voluntades y funciona como la vitamina que galvaniza los ardores más o menos guerreros.
Mira que la izquierda se burlaba cuando, durante el franquismo, el personal de la periferia acudía hasta la plaza de Oriente para aplaudir con fervor al Caudillo porque les suministraban autobús y bocadillo, dúo invencible que movilizaba muchedumbres dispuestas a un viaje que ventilase la sesera. Bueno, pues en el siglo XXI, el truco forma parte de nuestras vidas porque, al final, la rutina que se instaló en el subconsciente triunfa. Un hombre, un bocata. El bocata es el verdadero soborno en lo universal y el PSOE lo sabe porque se apropia de cualquier cambalache que le sirva para sus fines. Claro que, uno observa la bondad y la inocencia de los militantes que acudieron a la llamada de la selva bermellona, los que ahora están a favor de la amnistía y de la amistad con Hamás porque su jefe así lo demanda. Teniendo en cuenta la generosidad de Sánchez, esa pasión hacia los regalos, hacia ofrecer lo que le exijan sin ruborizarse, le podían haber reclamado una pulsera contra el reuma, una manta zamorana, unas plantillas para frenar los juanetes de los pies o cualquier otro cachivache de los que antaño despachaban en las migraciones del Imserso. Venderse por un bocata queda cutrón. Pero, como reza el actual mantra, «es lo que hay».
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