Actitudes

Pero a lo mejor, así en general, lo importante viene con la actitud. Me gusta fijarme en la actitud del prójimo porque ahí se adivinan otros rasgos que podrían ir desde el carisma a la bonhomía, desde la mezquindad oculta hasta la blandenguería rampante. Observemos por ejemplo a Trump cuando recibió el plomazo que le taladró el lóbulo de la oreja. Estalló en un ataque de rabia y sus escoltas, arriesgándose a destrozar el remolino capilar de su protegido, le incrustaron en el coche mientras él levantaba el puño y lanzaba perdigones de saliva gritando lo de «¡fight, fight, fight!». Buscaba pelea de salón del lejano oeste contra el tarado que apretó el gatillo. No rehuía la batalla, pretendía lanzarse contra el enemigo. Sin duda Trump peca de bocazas y pronuncia muchas chorradas destinadas a contentar a su público más asilvestrado, pero en ese trance demostró actitud. Analizemos ahora a Sánchez cuando pisó el barro de Paiporta. Le insultaron, le arrojaron algún palo y su equipo de seguridad lo sacó de allí a toda velocidad (era lo suyo, se lo habrían comido crudo) bajo la orden de «¡Presidente, nos vamos!» mientras él parecía deambular, sujetado por los escoltas, grogui, mareado, confuso, desnortado. Eso también es actitud. Aunque ignoro si actitud teatralizada, y espero que no. La actitud, imagino, nos define cuando las graves ocasiones. Entre la de Trump y la de Sánchez media un abismo. Diferentes actitudes para diferentes personajes. Que cada cual escoja la actitud que prefiera. Yo sé cual me complace más, desde luego.