taconeando
Racismo, ¿qué racismo?
España debería renunciar a la mala política, esa que aspira a buscarle a todo un ángulo partidista
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Lo del supuesto racismo o 'hooliganismo', o falta de educación está dejando unas improntas de primera. Los de la doctrina anti Madrid ahora nos cuentan que en España hay racismo, y antes de que termine de escribir este artículo rizarán el rizo para que la ... culpa sea del PP. Por mi parte, estoy segura de que algunos de los que gritaron a Vinicius ni siquiera sino racistas sino antimadridistas, y lo que estamos viviendo es una reconversión del fútbol y del idioma, y de cualquier hecho diferenciador en particularismo. Cualquier causa excluyente se torna hoy en rehén de un político o gobierno periférico, ya sea para obtener reivindicaciones territoriales, políticas, lingüísticas o para ganar unas elecciones.
España debería renunciar a la mala política, esa que aspira a buscarle a todo un ángulo partidista. Para los madrileños sería más sencillo, claro, aquí hace tiempo que renunciamos al casticismo. En el Madrid también hay un casticismo muy crítico, desde Cela o Valle Inclán, que logró superarlo con sus espejos cóncavos. La gracia de Valle es haber tratado críticamente el castellano hasta llevarlo al esperpento. En Madrid no hemos llegado a horteradas como las del catalanismo. Pienso que a los nacionalistas les interesa tanto la gloria del poeta Maragall como la inculpación sobre Madrid, por eso siguen acusándonos de un imperialismo lingüístico que se remonta a la dictadura y con el que ya no tenemos nada que ver.
La vicealcaldesa de Valencia y candidata al PSPV-PSOE ahora apunta que existe una campaña de desprestigio iniciada desde Madrid. Madrid, siempre Madrid. Parece que la tentación racista se encuentra de forma imperceptible a mucha profundidad del nacionalismo, en el cerebelo, y es un racismo periférico, de andar por casa. Pero la cosa siempre ha pasado por un simple particularismo, porque las chanzas que se han hecho entre regiones eran bromas. Y mirar a los sevillanos como si fueran ciudadanos de segunda ayudaba a crear un clima de concordia.
Poco se habla de que el nacionalista periférico siempre tuvo lo que Borges llamaría una cultura de conserje de hotel. De ahí surge el complejo con Madrid. Cuando yo vivía en Cataluña me preguntaban si era «de la capital» y yo respondía que era mitad italiana, porque mi abuela es gitana napolitana. A esos se los llamaba «los de la çeba» (traducido los de la cebolla o los que van a la suya) o «los del 11». Son los que escribían «fora xarnegos» (fuera mestizos) y se refieren a la mezcla de catalanes con el resto de españoles. Que el Gobierno valenciano es simpatizante del pancatalanismo imperialista no es cuestionable ya que no lo disimula. ¿Se dirían nacionalistas? Ximo Puig o Joan Baldoví se autodefinen mejor con florituras valencianistas, pero si lo digo yo esto se convierte en una campaña de desprestigio, o sea. No manchemos la bandera con la que hoy aspiran a representar su particularismo. Baldoví, por cierto, ha aclarado que es cien por cien valenciano. ¿Y eso qué narices quiere decir?
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