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bala perdida

Puigdemont, en el idioma de la chulería

Puigdemont ha querido leerle el pliego de advertencias a Sánchez, y de paso ha dicho que no hay libertad de expresión

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Ángel Antonio Herrera

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En Estrasburgo le acaba de colocar el pregón Puigdemont a Sánchez, advirtiéndole de «consecuencias desagradables». Como si lo que ahora tenemos, gracias a uno, y al otro, fuera la atmósfera del edén. Con Puigdemont, yo no me saco el cabreo, porque le habla a ... Sánchez desde el énfasis intimidatorio de un coronel de la chulería, pero en rigor nos está hablando a todos. Y eso no son maneras. Quiero decir que el lenguaje de Puigdemont, ahora que está enhebrada la amnistía, es una cháchara de emperadorcito que nos vigila, no vaya a ser que algo no le guste de la España que desprecia. No sé para qué se decretó la elección de un supervisor, o relator, o verificador, por allá por las órbitas del Caribe, cuando Puigdemont sirve para todo, y él se emplea de promotor, inquisidor y hasta verificador del porvenir, que será según el dicte, o no será. Iba para reo, pero ya ha hecho sitio en la escaleta de los telediarios. La palabra es el último territorio libre, y también el primero, pero Puigdemont ha querido leerle el pliego de advertencias a Sánchez, y de paso ha dicho que no hay libertad de expresión, porque él tiene que explicarse, por norma, en español, y no en catalán. El aún carga la condición de prófugo, pero naturalmente se adorna aupando la palabra libertad, censurando, de paso, que no le dejen amenazar en su propio idioma, el catalán. A nadie se nos escapa que el idioma es el corazón de cualquier causa, y Puigdemont prefiere el catalán, pero a los demás nos está avisando de que aquí manda él, ante Pedro Sánchez, que no perdió la seca postura de mandíbula de póster que él se gasta cuando no toca reírse como si estuvieras con Jorge Javier. En Puigdemont, importa el discurso de entornado vaticinio, siempre amonestatorio, pero importa también el énfasis con el que nos coloca su tostón, bajo aquel lema de los lingüistas enterados, que no sé si él conoce, de que el lenguaje es fascista. Puigdemont viene apuntando que la negociación es una imposición, pero sin decir esto, obviamente, sino enseñando los galones de un ramo de votos, los suyos, que son el susto que ha hecho presidente a Sánchez, aunque mejor el susto se va a quedar pendiente. Las reuniones en Bruselas, para ir ajustando los apaños, se hacen en penumbra, y con verificador 'extracomunitario', pero la advertencia de que los apaños se cumplen, o la liamos, se propaga en parlamento. Donde Puigdemont, coronel de lo suyo, nos recuerda que seguimos todos haciendo la milicia de lo que él diga.

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