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Manuel Marín

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Ha transcurrido un año desde la muerte de Mahsa Amini en un hospital de Irán. Su imagen, intubada y en coma, sacudió la complaciente conciencia con la que en Occidente se invocan los derechos, las libertades y la igualdad con la acostumbrada densidad de una ... rutina burguesa. Nos basta una gesticulación indignada de fin de semana antes del aperitivo y la conciencia queda tranquila. Muchas mujeres como Mahsa son símbolos hasta que la frustración, la impotencia y el olvido hacen el resto. Nadie conoce a Nilufar Hamedi ni a Elahe Mohammadi. Son solo las dos periodistas que nos mostraron la tragedia de Mahsa. Sin ellas, su drama habría quedado extinguido, abandonado, con Mahsa inerte en una morgue bajo la lápida de un régimen que apaliza a plena luz del día hasta matar a sus mujeres. Nilufar y Elahe han sido condenadas a siete y seis años de cárcel. El delito de la primera, haber fotografiado a Mahsa cuando su corazón aún latía emboscado en una muerte cerebral inminente. Elahe se limitó a informar del entierro en Saquez. La pena les aboca a malvivir entre rejas por «cooperación con el Gobierno hostil de EE.UU.», «colisión contra la seguridad nacional» y «difusión de propaganda contra la República Islámica». Hoy, otra adolescente, Armita Geravand, emula el brutal destino de Mahsa.

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