EL RETRANQUEO
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Ha transcurrido un año desde la muerte de Mahsa Amini en un hospital de Irán. Su imagen, intubada y en coma, sacudió la complaciente conciencia con la que en Occidente se invocan los derechos, las libertades y la igualdad con la acostumbrada densidad de una ... rutina burguesa. Nos basta una gesticulación indignada de fin de semana antes del aperitivo y la conciencia queda tranquila. Muchas mujeres como Mahsa son símbolos hasta que la frustración, la impotencia y el olvido hacen el resto. Nadie conoce a Nilufar Hamedi ni a Elahe Mohammadi. Son solo las dos periodistas que nos mostraron la tragedia de Mahsa. Sin ellas, su drama habría quedado extinguido, abandonado, con Mahsa inerte en una morgue bajo la lápida de un régimen que apaliza a plena luz del día hasta matar a sus mujeres. Nilufar y Elahe han sido condenadas a siete y seis años de cárcel. El delito de la primera, haber fotografiado a Mahsa cuando su corazón aún latía emboscado en una muerte cerebral inminente. Elahe se limitó a informar del entierro en Saquez. La pena les aboca a malvivir entre rejas por «cooperación con el Gobierno hostil de EE.UU.», «colisión contra la seguridad nacional» y «difusión de propaganda contra la República Islámica». Hoy, otra adolescente, Armita Geravand, emula el brutal destino de Mahsa.
Todo va rápido. Todo es inestable y Occidente se desguaza a sí mismo en un ejercicio de cinismo a distancia. Simulamos 'guerras culturales' y defendemos desde el antagonismo ideológico valores frontalmente opuestos hasta convertirnos en populistas radicalizados buscando motivos que nos enfrenten. Gritamos contra el odio practicándolo y debilitándonos. Enarbolamos banderas desde imposturas sobreactuadas, acomodaticias e insuficientes. Concedemos relevancia a batallas que luego abandonamos al saber perdida la causa porque Occidente apenas gana en el escaparate, en la espuma, en la exposición de valores sublimados sobre un falso intelectualismo creyendo que eso es el progreso. Los 'woke' odian a los 'antiwoke' desde el sofá, ajenos a la irrelevancia de tanta verborrea, de tanta corriente transformadora, de tanta revolución digital de las conciencias. Mientras, nuestro modo de vida, idéntico para unos y otros desde ese sofá, está amenazado. Nos entretenemos a bofetadas de intransigencia sin ver el peligro cierto, sin mirar a la cara el avance de regímenes medievales cuyo objetivo es que desaparezcas del mapa.
Masha y el contexto. Hay un feminismo de acrisoladas virtudes, de verdades absolutas y pensamiento único exigiendo que un beso –estúpido, sí– sea una agresión sexual. Y ahí acaba la minúscula lucha de una memoria selectiva y estrábica que concibe los derechos humanos como una herramienta ideologizada capaz de justificar hasta la propia muerte. Se nos infiltran consentidores que gritan o callan a conveniencia de su sectarismo, y se imponen canceladores de conciencias libres no uniformes. La causa de la mujer, como tantas otras de un feminismo hueco, se convierte así en un mero juego de apariencias a manos de 'inclusivos' de ocasión que aún ven en Irán un oasis de libertad. Desde ese sofá. Algo está muy descompensado en nuestra mirada. Y nos despreocupamos, tan confortables en nuestro guerracivilismo de lucha por los valores de un extremo u otro. La prueba es que nadie sabía de Nilufar ni de Elahe. La prueba es que Armita se irá cualquier día, a nuestra hora del vermú.
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