el retranqueo
El PNV viejuno
El partido tiene una compleja disyuntiva: el 'no' al PP está claro, pero como costalero del sanchismo todo le está fallando demasiado
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El PNV se ha convertido en un partido que ya no sorprende como antes porque la inercia invita a dar por hecho, sin demasiada discusión, su apoyo a Pedro Sánchez. Al PNV se le percibe cansino, repetitivo, previsible, gris. Su calculadora es célebre –cada ... trueque es una anodina película de final conocido–, y su falta de evolución lo está haciendo viejuno. Va de partido de orden, pragmático, utilitarista, tan seriote, tan de corbata oscura, tan aburrido. Se han convertido en tipos sombríos, y aún está por ver a algún político del PNV sonreír por algo. No lo tomarán a mal. De hecho, cultivan y ensayan la mueca para no sonreír. Es una estética cuidada, como la del vendedor de seguros bien peinado que siempre te habla de lo importante porque el resto es chasca. Dinero y nación. Su ADN ya no es sabiniano y sus 'aúpas' de antes escasean. Es soso, de rictus grave, y tienen esa impronta severa que aparenta fiabilidad cuando en realidad visten alma de mercader de feria de toda la vida. Dicen que no engañan a nadie… salvo a sí mismos porque se nos han quedado antiguos en dos elecciones. En un par de meses. Y no se aclaran en su rigidez. Tan estables siempre, tan nerviosos ahora. Tan controladores antes, tan inciertos hoy.
Otegi, siniestro de cuna y sepulturero de profesión, sí sonríe porque al PNV le ha empezado a ocurrir lo que a aquella Convergencia prepotente, que un día, sin saber cómo ni por qué, enloqueció de corrupta y dejó de dominar el cotarro. El PNV es el cuadro de la bisabuela en el caserío, y siempre seguirá ahí cubriendo desconchones. Pero oye, en su Euskadi, en sus 'buru batzares' y en sus 'aberri egunas' empiezan a fallar los códigos rancios de antaño porque la renovación de su nacionalismo de campa y misa empieza a decaer ante el sepulturero simpaticote, reconvertido por esta sociedad sin memoria en otro demócrata más, sin pecado concebido. Nos vendían que el PNV era otra dimensión en inteligencia política... hasta que ha llegado la zozobra. El PNV siempre fue un termómetro de precisión para calcular el éxito o la avería de una investidura. Igual que Puigdemont sugiere los días pares que habrá investidura y los impares que no, el PNV es el piñón fijo del tacticismo.
Sin embargo, por primera vez se ve amenazado por una disyuntiva extraña y compleja de gestionar. No arriesgarán un solo voto en el País Vasco apoyando al PP, pero como costalero del sanchismo todo le falla. Bildu le esquilma incluso a los nietos de esa eterna estirpe 'jeltzale' que abandona a un PNV caduco como al abuelo en una residencia. Se da por hecho que si se repiten elecciones, este PNV en crisis sucumbiría ante una entente prefabricada entre Otegi y el sanchismo. No lo creo. Crecería. Pero lo cierto es que el PNV se ha instalado en un catastrofismo preventivo tan irritable como inseguro. En el pasado sacó rédito con PP y PSOE, pero hoy con ambos pierde identidad, votos y eficacia. Se seca. Sus rutinas y bisagras no rentan, fracasa como gestor del sentimiento de raza, y busca sucesores. Su dilema se reduce a disiparse con el sanchismo o a arriesgar con nuevas elecciones. Y ya se sabe que la audacia o la innovación son improbables en un partido tan tronco. Pero ¿y si fuese eso lo que de verdad ha susurrado a Puigdemont?
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