LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
Pienso para vacas flacas
Un beso chusco lo tapa todo, desde la inflación hasta la investidura
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Dos hechos pueden ser ciertos a la vez. Que el beso de Luis Rubiales a Jenni Hermoso fue tan abusivo e inoportuno como sus apretones en la entrepierna, entraña tanta verdad como que la sobredimensión del debate acabó por enterrar lo importante: la victoria de ... la selección femenina en el Mundial, la larga trama de manejos fraudulentos de dinero por parte del presidente de la Federación o su chulesca negativa a renunciar. Debajo de esa alfombra quedaron sepultados también asuntos como la inflación, la próxima subida de los tipos de interés, los préstamos al consumo que acabarán como impagos, así como la postergación de una discusión acerca de una investidura abocada al fracaso. Un beso lo tapa todo. Funciona como pienso para los tiempos de vacas flacas que están por llegar.
Estas dos verdades, la constatación del caciquil abuso de poder y el uso desmedido de semejante hallazgo hasta convertirlo en cortina de humo, recuerdan al argumento de 'What the dog', aquella película dirigida por Barry Levinson y protagonizada por Dustin Hoffman y Robert De Niro, en la que se narra una campaña de comunicación orquestada desde la Casa Blanca para tapar un escándalo sexual que perjudica al presidente de los Estados Unidos. Para paliar los efectos del bombazo, un asesor decide crear una guerra ficticia contra Albania, con la intención de que los medios de comunicación se concentren en ese tema y pasen por alto la crisis de gobierno.
En esa operación de ficción informativa que planteaba Levinson en el largometraje era fundamental la figura del productor de Hollywood, Stanley Motss, interpretado por Dustin Hoffman, quien no solo debe inventarse una contienda, sino saturar a la gente con ella. Motss se inventa una música, supuestas filmaciones de desplazados y refugiados, incluso se saca de la chistera colectivos pacifistas. El engaño es inicialmente exitoso, hasta que el candidato rival del presidente decide no ya desmentir la falsa campaña, sino aprovecharse de ella y añadir su propio héroe a la farsa. Las medias verdades y las absolutas mentiras acaban equiparándose en la lucha electoral. Una parodia dentro de otra. Un relato delirante dentro de otro aún peor.
El mercado persa del relato lo admite todo. En su total hipérbole todo es posible, siempre que pueda viralizarse, desde una defensora de Rubiales que intentó besar a un reportero porque a ella sí que le estaba permitido por ser mujer, hasta la banalización de un debate que merece librarse no en un teatrillo, sino en el examen sobre cómo la velocidad de la información consigue lo que la guerra de Albania inventada en la película de Barry Levinson: introducirnos en una sensación de bucle, irrealidad y descontrol que acaba metiendo en un mismo saco los asuntos más importantes con la enajenación transitoria, o no, de quienes convierten en hojalata cualquier intento serio de poner las cosas en su sitio. El carnaval Rubiales provee de máscaras a quienes quieren pasar desapercibidos, un gran desmadre en el que sólo parece ocurrir una cosa, cuya función es tapar al resto.
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