TIEMPO RECOBRADO
Un profeta llamado Roubini
Tarde o temprano, la gran catástrofe estallará, aunque tal vez tengamos que esperar muchos años, quizás décadas
LA predicción del fin de la humanidad y de la cercanía de catástrofes es un género literario y filosófico con una gran tradición. Ya el obispo irlandés Malaquías predijo en el siglo XII la destrucción de Roma y el Juicio Final. El último profeta de ... la hecatombe se llama Nouriel Roubini, que ha escrito un libro titulado 'Megamenazas' en el que anticipa la mayor crisis económica desde la Revolución Industrial, superando a la Gran Depresión de 1929.
Roubini sostiene que el envejecimiento demográfico, el cambio climático, el salto tecnológico, el crecimiento de la deuda y la pugna entre China y Estados Unidos desencadenarán un colapso de la economía que provocará un derrumbe de los valores y una gran oleada de desempleo.
Nadie fue capaz de predecir la crisis de las 'subprime' en 2008 ni su terrible efecto sobre el sistema financiero. Como tampoco nadie advirtió de que la subida de los precios del petróleo en 1973 devastaría las industrias tradicionales. La experiencia demuestra que sólo es posible acertar sobre la evolución de la economía a posteriori, cuando los hechos ya se han producido.
Todos hemos leído las crónicas de los inversores americanos que se tiraban por la ventana tras el derrumbe de Wall Street hace casi un siglo. Pero quienes tienen dinero han seguido asumiendo enormes riesgos con la esperanza de obtener unas rápidas ganancias. La codicia es un mal inherente a la humanidad.
La economía no es una ciencia ni se mueve por leyes previsibles como la física. Hay un enorme componente irracional en los mercados, como ya señaló en su día Alan Greenspan, incapaz de prever las consecuencias fatales de su política monetaria.
Por lo tanto, ni creo en las profecías pesimistas de Roubini, ni en el optimismo que irradia Pedro Sánchez, que ignora los desequilibrios de nuestra economía y el alto endeudamiento del que hablaba ayer en estas páginas Luis Garicano.
Es seguro que una mala política económica conduce a la catástrofe. Pero también es posible que, aun haciendo bien las cosas, una crisis global provoque en nuestro país una fuerte recesión y un aumento del desempleo. Y ello porque la economía es un monstruo que nadie controla y porque los mercados operan con una lógica perversa, como se demostró con la quiebra de los bancos de inversión en 2008. Poco o nada ha cambiado.
Los desastres son un riesgo inherente al funcionamiento estructural del capitalismo, que, a la vez que crea riqueza y prosperidad, lleva en su interior unas tendencias destructivas que laten en su esencia. Todavía no hemos sido capaces de encontrar el equilibrio entre la libertad y la igualdad y eso aumenta el peligro de colapso del sistema. Por ello, tarde o temprano, la gran catástrofe estallará, aunque tal vez tengamos que esperar muchos años, quizás décadas.
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