TIEMPO RECOBRADO
Política espectáculo
Los espectáculos a los que se han abonado todos los partidos, y digo todos, ponen en evidencia esa falla de la que han surgido los populismos
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Guy Debord publicó 'La sociedad del espectáculo' en 1967, meses antes del estallido de Mayo del 68. Ha pasado más de medio siglo y casi todo lo que decía el filósofo francés se ha corroborado. La política es hoy un espectáculo, una representación enfocada ... a movilizar los sentimientos. Esto lo estamos viendo en esta larga campaña en la que los dos grandes partidos han renunciado a debatir sobre sus programas y han centrado sus esfuerzos en fabricar eslóganes y vídeos puramente publicitarios, sin más contenido que unas imágenes que pretenden seducir al espectador.
Me refiero tanto a las entrevistas en las que Sánchez pregunta a sus ministros, grabadas en la sede del PSOE con figurantes, como a ese vídeo del PP con referencias expresas a la serie 'Verano azul'. Es cierto que los mensajes de ambas iniciativas son inocuos y que carecen de la más mínima credibilidad, pero, más allá de la anécdota, forman parte de esa categoría en la que se ha convertido la política espectáculo.
Y esto nos induce a una reflexión que trasciende esta campaña y que guarda relación con la crisis de las democracias parlamentarias y con los profundos cambios en los usos y los hábitos políticos que se han producido en las últimas cuatro décadas. La causa que está detrás de esta mutación es, a mi juicio, el desarrollo de la televisión y de las técnicas audiovisuales, que han generado una nueva forma de hacer política que incide más en lo emotivo que en lo discursivo. Internet y las redes sociales han agudizado exponencialmente esta tendencia.
Como apuntaba Debord, cada vez es más difícil distinguir lo verdadero de lo falso en esta nueva política en la que el medio es el mensaje. Los procedimientos tradicionales de movilizar al votante ya no son efectivos y los partidos recurren a nuevas fórmulas que apelan a los resortes íntimos de los ciudadanos. Lo que todo esto evidencia es la quiebra del modelo de democracia parlamentaria, superada por la globalización, las nuevas tecnologías y los profundos cambios sociológicos como la inmigración y los derechos de las minorías que han creado un mundo que poco tiene que ver con el que existía en los años 60.
Todo esto no se puede analizar en una columna, pero resulta obvio que ya no basta con introducir una papeleta en una urna cada cuatro años para que la democracia, el gobierno del pueblo, funcione. Hay una necesidad de reinventar el sistema y de regenerarlo a través de nuevos códigos que hoy no existen. Son indispensables ambiciosas reformas que nadie está dispuesto a acometer.
Los espectáculos a los que se han abonado todos los partidos, y digo todos, ponen en evidencia esa falla de la que han surgido los populismos. No se pondrá coto a este fenómeno hasta que entendamos que hay que cambiarlo todo para que todo no siga igual.