tiempo recobrado

Personaje y persona

La sensación dominante es que Errejón era un farsante y que su caída es un acto de justicia. Los hechos parecen demostrarlo

Una reforma para controlar RTVE

Dos jueces ejemplares

Cuando leí el comunicado en el que Iñigo Errejón anunciaba la dimisión de sus cargos y la retirada de la política, no entendí nada. No sabía en qué consistían «los errores» a los que se refería. Pronto me explicaron lo que había detrás del ... gesto e incluso me dijeron que había rumores de un comportamiento escandaloso desde hace años. No voy a disculpar sus acciones ni tampoco voy a hacer juicios éticos sobre su conducta. Entre otras razones, porque me falta información. No se puede condenar a nadie sin al menos haberle escuchado. Si ha cometido algún delito, ahí están los tribunales para esclarecer su responsabilidad.

Lo que me llama la atención es la saña con la que se intenta derribar a este hombre, que ha pasado a ser demonizado por sus propios compañeros. Ni el menor atisbo de piedad, que es compatible con la gravedad de sus actos. Los dirigentes de los partidos y los medios de comunicación, con monográficos en las cadenas de televisión, ya han dictado una sentencia de culpabilidad. El propio Errejón hace una distinción entre la persona y el personaje que me parece pertinente y, por la cual, muchos le acusan de hipócrita, de haber fingido lo que no es y de haber dado lecciones morales que contradicen su proceder.

A quienes se escandalizan y se erigen en defensores de la ejemplaridad en la política, les diría que todo ser humano es a la vez un personaje y una persona. Todos llevamos una máscara, como en el teatro griego, que encubre nuestro verdadero rostro. Y con eso no afirmo que todos seamos iguales ni que todos hayamos cometido los mismos pecados.

Creo en la libertad y la responsabilidad de cada individuo, pero me repugna someter a escarnio público a quienes han incurrido en acciones dignas de reprobación o sanción penal. No creo que podamos dividir a los hombres en buenos y malos. Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra.

En la sociedad del espectáculo en la que vivimos, dominada por el relato y la propaganda, resulta muy tranquilizador para las buenas conciencias que el Errejón personaje sea sometido a un linchamiento público. Eso produce una satisfacción intima a los que se consideran moralmente superiores.

La sensación dominante es que Errejón era un farsante y que su caída es un acto de justicia. Los hechos parecen demostrarlo. Pero, a veces, las apariencias engañan. Ni siquiera digo que tenga derecho a la presunción de inocencia, sino que no podemos juzgar a un hombre sin conocerlo y sin escuchar sus explicaciones. Hay demasiadas cosas que no sabemos y que deberíamos saber antes de quemarle en la pira como a las brujas. Tal vez el personaje nos impida ver al Errejón persona, que no es un monstruo sino alguien humano, demasiado humano, cuyos actos revelan los abismos que pueden engullir cualquier existencia.

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