tiempo recobrado
Lavaderos
Iban con un barreño de madera y una tabla y llevaban jabón Lagarto y lejía. Se pasaban horas arrodilladas frotando las sábanas
La democracia muerta
«Citius, altius, fortius»
La memoria guarda secretos que emergen del pasado como una pompa de jabón. Esto es que me sucedió ayer en Bayona en un corto paseo al amanecer por la senda del río Baiña. Viejos recuerdos infantiles, de finales de los años 50, surgieron al ... toparme con un lavadero bajo la casa en la que me hallo.
Mi cabeza se pobló de las mujeres que acudían a lavar a las orillas del Ebro cuando las lavadoras eran un raro utensilio sólo al alcance de una pequeña minoría. Iban con un barreño de madera y una tabla y llevaban jabón Lagarto y lejía. Se pasaban horas arrodilladas frotando las sábanas, que tendían al sol en verano para se secaran. Aquella imagen de la ribera del río jalonada de lienzos blancos es uno de mis primeros recuerdos.
El río Baiña nace en una montaña cercana y desemboca en la playa de Santa Marta en Bayona. Se puede recorrer un sendero fluvial de un kilómetro por una pasarela de madera que bordea su curso. En realidad, es un riachuelo de varios metros de ancho y un palmo de profundidad de aguas cristalinas sobre las que revolotean los zapateros, esos insectos de patas largas que planean sobre la superficie. Los árboles, la vegetación exuberante y los muros que rodean el camino hacen de este rincón un escenario idóneo para el recogimiento y la meditación.
Hay en su desembocadura un antiguo lavadero erigido sobre unas pilastras. En su frontispicio se puede leer la fecha de construcción: 1952. Conserva las flechas de la Falange y al lado hay tres iniciales que no consigo descifrar: J. A. M. ¿Podrían obedecer a José Antonio mártir? Eso es lo que me viene a la cabeza.
Un centenar de metros más arriba hay otro lavadero más moderno, en perfecto estado de conservación. Es otro vestigio del pasado que evoca una España donde lavar la ropa requería un esfuerzo físico que muy pocos hombres hubieran sido capaces de soportar.
España estaba llena de lavaderos en los años 50, de los que muy pocos se conservan. La mayoría fueron derribados por el crecimiento urbano o sencillamente porque quedaron en desuso. Los que quedan guardan la memoria de una época no tan lejana en la que las mujeres envejecían criando a los hijos y haciendo las tareas más serviles.
Los lavaderos eran el lugar donde las mujeres se hacían confesiones íntimas mientras frotaban los calzoncillos y los niños jugaban a su alrededor. Muchas iban vestidas de negro en los pueblos de Castilla, llevaban pañuelos en la cabeza y una faltriquera sobre sus caderas. Corremos el riesgo de idealizar el pasado, pero creo que estos tiempos son mejores que aquellos.
Ello no es óbice para que la nostalgia nos encoja el corazón con la imagen de aquellas tardes en el Ebro. Decía Heráclito que nadie se puede bañar dos veces en el mismo río. Yo veo a mujeres lavando de rodillas y siguen ahí, seguirán mientras viva.
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