tiempo recobrado
Una historia por escribir
La pregunta, como en el Watergate, es quién es el cerebro de la trama
Lobato explota un Watergate a la española
Unanimidad
Corría 1977 cuando un personaje sombrío baja la mirada ante las cámaras de televisión y musita estas palabras: «Decepcioné a mis amigos, decepcioné a mi país. Desilusioné los sueños de los jóvenes que querían formar parte de nuestro sistema de gobierno. Tengo que llevar esta ... carga el resto de mi vida. Mi carrera política está acabada». Ésta fue la respuesta de Richard Nixon a David Frost cuando el periodista le pidió una disculpa por el caso Watergate, que había forzado su dimisión tres años antes. Fue la primera vez que reconoció su responsabilidad en este turbio asunto.
Nixon no colaboró con la Justicia, intentó amedrentar al 'Washington Post', construyó falsas coartadas y levantó cortafuegos para eludir su implicación en el espionaje a la sede del Partido Demócrata y otra serie de irregularidades, entre ellas, la financiación ilegal de su campaña.
Ayer Juan Lobato entregó el acta notarial y el volcado de su teléfono que recogen sus conversaciones con Pilar Sánchez Acera, jefa de gabinete de Óscar López. Evidencian que presidencia de Gobierno poseía el correo filtrado a los medios antes de que éstos lo publicasen. La imputación de esta funcionaria parece ineludible.
A ello se suma la investigación del Supremo al fiscal general del Estado, que, según un informe de la UCO, ordenó la filtración de ese correo a la prensa con el fin de desmontar la versión del novio de Díaz Ayuso. El Alto Tribunal sospecha que reveló un documento confidencial cuyo secreto tenía la obligación de preservar.
La pregunta, como en el Watergate, es quién es el cerebro de la trama. Las revelaciones del Post condujeron al propio Nixon y su equipo de consejeros. Aquí y ahora habría que preguntarse quién está por encima de Sánchez Acera y del fiscal general del Estado. La única respuesta verosímil es la presidencia de Gobierno.
Los medios afines, los ministros y los diputados del PSOE sostienen la tesis de que todo es un bulo y que este asunto está hinchado por el PP. Pero son incapaces de explicar por qué y cómo llegó la información sobre González Amador a las altas esferas del aparato gubernamental y de la Fiscalía. Y, peor todavía, no dan una justificación convincente de las conversaciones de Lobato y la subordinada de López.
Es muy semejante a lo que sucedió cuando estalló el Watergate. Primero, la Casa Blanca minimizó su importancia y luego, intentó desviar la responsabilidad a fontaneros de segundo nivel como Liddy y Hunt. La Justicia tiró del hilo hasta llegar a Nixon.
El riesgo que afronta Sánchez, que ha perdido el control de su agenda y busca reforzar su poder en Sevilla, es que este asunto acabe por salpicarle. Resulta difícil de creer que no supiera nada de lo que se estaba haciendo a pocos metros de su despacho. Es el primer capítulo de una historia que está por escribir.
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