tiempo recobrado
Elogio de la incertidumbre
No existen los grises, la realidad es en blanco o negro, según los anteojos de quien mira
Reinventarse o morir
Que elijan los jueces
Fue Kant quien dijo que la inteligencia se mide por la cantidad de incertidumbres que el individuo es capaz de soportar. Llevo más de dos meses releyendo la 'Crítica de la razón pura', un libro que, como su autor subraya, sirve para ayudarnos a ... diferenciar los errores y las ilusiones de las certezas.
La conclusión de Kant es profundamente pesimista porque afirma que poco o nada podemos conocer sobre el sentido de la existencia, sobre Dios o sobre la naturaleza del alma. Todas estas cuestiones son paralogismos que escapan a nuestro entendimiento.
La paradoja es que Kant fue el filósofo de la Ilustración, el hombre que exaltó la razón y defendió la autonomía individual, pero acabó en un escepticismo rayano en la incredulidad. Según sus ideas, cada uno es libre de determinar su conducta y de elegir unos valores que deberían estar por encima de la autoridad religiosa y política. Como resulta comprensible, esto le creó muchos problemas en la Prusia de finales del siglo XVIII. En los últimos días de su vida, Kant, el espíritu más lúcido de la Europa de la Revolución Francesa, sufrió una demencia senil, que le convirtió en un niño. Lo cuenta magistralmente Thomas de Quincey, que narra su combate para luchar contra sus pérdidas de memoria.
Si Kant me sigue atrayendo desde que lo estudié en mi juventud, es porque recelaba de las apariencias e intentaba buscar la verdad oculta de las cosas. Como Descartes, intentó construir un sistema filosófico sin partir de ningún axioma o proposición. En la 'Crítica', se plantea incluso si existe una realidad exterior y si somos objeto de un gran engaño de los sentidos. Llega a afirmar que el tiempo es la demostración de la realidad de los fenómenos.
Vivimos en una época de crispación, donde unos gritan a otros la verdad. Hay muchos que se atribuyen el derecho de condenar al infierno a quienes no piensan como ellos. La intolerancia es hoy, como en los años de Kant, el mal de nuestro tiempo. No existen los grises, la realidad es en blanco o negro, según los anteojos de quien mira. Desgraciadamente, es imposible terciar en el debate político sin sufrir insultos y descalificaciones.
Decía Taylor Swift en una reciente entrevista: «Cada vez hay más cosas que no entiendo». A mí me sucede lo mismo. Esas frases rotundas que escucho en los medios me producen una mezcla de tristeza y perplejidad. Sea respecto al poder judicial, la inmigración o las iniciativas de Sánchez, hay que tomar partido sin matices o medias tintas.
Hoy el escepticismo y la moderación se han vuelto virtudes que escasean en un mundo maniqueo en el que triunfan políticos que dicen que la justicia social es un monstruo o que, en la otra orilla, proponen controlar la prensa y vigilar a los ciudadanos. No es éste mi mundo, ni lo será nunca.
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