tiempo recobrado
Cine, nostalgia y atardeceres
Los amigos se van muriendo, los cines, los bares y las librerías de barrio ya no existen, todo aquello que nos era familiar ya es pura nostalgia
Sánchez Ferlosio
Humanismo cristiano
Hegel captó en su 'Fenomenología' la naturaleza huidiza del tiempo. Apuntaba que toda representación es engañosa porque cuando un objeto se fija en la memoria ya no es como era en el momento de la percepción. Dicho con otras palabras, el devenir produce una ... mutación incesante de las cosas.
Esta reflexión que parece teórica sirve para expresar el sentimiento de fugacidad que suscita el final de las vacaciones en Bayona. El verano agoniza y toca volver a Madrid para reanudar las rutinas cotidianas. El mes ha pasado en un abrir y cerrar de ojos, como la vida misma. El tiempo se escurre con el agua entre las manos.
Uno de los ritos estivales es ir al cine Imperial de La Ramallosa en el paseo donde hay una estatua de Torrente Ballester, que vivió en este lugar. Cada año pienso que será el último en el que esta sala abra sus puertas. Ponen magníficas películas, muchas de ellas, francesas, seleccionadas con un gusto exquisito. Conserva la estética de hace medio siglo, ya que sus dueños han tenido el acierto de mantenerla tal y como eran los viejos cines de los 70.
El Imperial está situado frente a la ría del Val Miñor. Resulta un deleite contemplar el atardecer al final de las sesiones cuando el sol se pone bajo el horizonte del mar e ilumina la superficie de la bahía. Es un momento para disfrutar en silencio, acodados en la barandilla del paseo.
Cuando voy a este cine, tengo la impresión de que el tiempo que he vivido se acaba, de que el pasado se aleja a gran velocidad mientras me acerco a un futuro incierto, lejos de las cosas que he amado. El Imperial es como un amor de adolescencia, que se recuerda con la añoranza de las ilusiones intactas.
Lo peor de cumplir años es la sensación de desaparición del mundo que uno ha conocido. Los amigos se van muriendo, los cines, los bares y las librerías de barrio ya no existen, todo aquello que nos era familiar ya es pura nostalgia. Empezamos a sentirnos incómodos y desconcertados en un entorno en el que ya no nos reconocemos.
El final de las vacaciones me deja una tristeza que no puedo remediar. Y a la vez me empuja a aferrarme a cada hora y cada minuto a la belleza de estos parajes y a la grandiosidad de un océano que nos fascina a los que nacimos tierra adentro.
Veo desde mi terraza a un hombre nadar en la playa dando penosas brazadas y desaparece de repente tras las ramas frondosas de un castaño. Es la perfecta imagen de la fugacidad del tiempo y de la subjetividad de toda experiencia. Me iré de aquí con la incierta sensación de que siempre puede ser la última vez y de que seguirá atardeciendo en una bahía de la que estaré lejos. Pero, como decía alguien que no recuerdo, siempre es mejor la nostalgia de lo que se tuvo que la de lo que se careció. Me sirve de consuelo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete