LA TERCERA

Restaurar el propósito común

«El Gobierno propone renunciar a las penas con carácter retroactivo. Si esto se hiciera en el contexto de un acuerdo general que sellara el compromiso continuado de Cataluña, podría ser parte de la superación del pasado. Pero su finalidad es el precio pagado por los votos con que el Gobierno puede permanecer en el poder»

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Paul Collier

Soy un comunitarista guiado por un principio. Y soy también catedrático de la Universidad de Oxford. La primera condición establece mis normas morales, la segunda me da deberes y el privilegio de una plataforma para expresar mis opiniones. Puedo resumir mi principio comunitarista en una ... frase, que vivo a diario. «El poder de decisión debe transferirse al nivel más bajo en el que pueda alcanzarse un objetivo de forma realista». Se ha convertido en mi lema, ya se trate de una organización familiar, empresarial o gubernamental. Como marido y padre, no pretendo tener una experiencia especial, pero creo que las familias felices rara vez son dictaduras paternas: los matrimonios son más sólidos cuando cooperan, y los niños crecen mejor preparados para la edad adulta si van asumiendo responsabilidades gradualmente. En cuanto a las empresas, como he tenido la suerte de trabajar con académicos brillantes como Rebecca Henderson y John Kay, he aprendido que las empresas en las que la alta dirección delega responsabilidades en los trabajadores obtienen mejores resultados que las que dependen de las órdenes y el escrutinio. Por ejemplo, con su espíritu de equipo, Toyota machacó a la cicatera General Motors en la batalla por el mercado automovilístico estadounidense. En la década de 1990, estas ideas pasaron de moda, pero a medida que los supuestos consejeros delegados estrella se veían humillados por las quiebras, la gestión basada en el trabajo en equipo vuelve a estar en auge.

Como catedrático de Economía y Política Pública de Oxford, creo que mi lema es igualmente válido para la gobernanza pública. Delegar convenientemente las decisiones en las autoridades locales, regionales, nacionales y, en ocasiones, multinacionales, es verdaderamente importante. Si se hace bien, constituye la piedra angular de la cohesión social. Pero si los poderes se concentran en el nivel equivocado, la sociedad corre el riesgo de polarizarse. Mi país, Gran Bretaña, ha entendido muy mal el equilibrio, y el poder se concentra en exceso en el nivel nacional. Tras el Brexit, y con los gobiernos locales y regionales despojados de autoridad, el Gobierno conservador ha acumulado un poder enorme. Desde el Brexit, no ha cumplido sus infladas promesas de mejorar la vida de sus ciudadanos y se ha encontrado sin una coartada creíble. En las últimas elecciones, el partido ha sufrido la derrota más profunda en sus 200 años de historia.

Vista desde la distancia, España parece estar sufriendo un error de diseño en la dirección opuesta, con demasiada poca autoridad concentrada en el ámbito nacional. Creo que esto es válido en dos aspectos relacionados: el régimen fiscal y los referendos. En cuanto a la fiscalidad, para que una sociedad esté cohesionada es necesario que exista una norma automática que transfiera los ingresos fiscales de las regiones más afortunadas desde el punto de vista económico a las más atrasadas. De lo contrario, las fuerzas del mercado conducen a una divergencia cada vez mayor entre regiones prósperas y pobres, como ha ocurrido en Gran Bretaña. Algunos países cuentan con una norma de este tipo: por ejemplo, está consagrada en la Constitución alemana. En España no existe una disposición así. La próspera Cataluña, con el pretexto de reafirmar su identidad nacional, ha pretendido despojarse de sus deberes de solidaridad para con sus compatriotas españoles. Existen paralelismos entre Cataluña y Escocia. Tras el descubrimiento de petróleo en sus costas del mar del Norte, los escoceses cayeron durante unas décadas en la misma tentación del egoísmo disfrazado de nacionalismo regional. Pero puede resultar esperanzador para España observar que, una vez que el petróleo se agotó, el Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés) empezó a perder apoyos. En las elecciones de 2024 se ha estrellado igual de contundentemente que los conservadores.

Uno de los poderes más apropiados que posee el Parlamento de Westminster es el derecho a celebrar un referéndum sobre la secesión. Dada la naturaleza irreversible de la secesión y su importancia constitucional, es cuestionable que una decisión de este tipo deba depender de una votación única, por mayoría simple y sin umbral de participación. A raíz de una sentencia judicial, se determinó que la Asamblea escocesa carecía del derecho a celebrar un referéndum de este tipo: enfrentado a esta situación, el SNP tuvo la sensatez de dar marcha atrás ante la perspectiva de las sanciones que se derivarían de la organización de una votación ilegal. Su homólogo catalán no fue tan prudente. Las tensiones en torno a la consulta ilegal acabaron provocando una disputa entre los Gobiernos español y belga. Aunque ambos son miembros de la Unión Europea, no existe una norma paneuropea acordada sobre la extradición. El Gobierno español propone renunciar a las penas con carácter retroactivo. Si esto se hiciera en el contexto de un acuerdo general que sellara el compromiso continuado de Cataluña con España, podría ser parte de la superación del pasado. Pero actualmente, su finalidad es el precio pagado por los votos con los que el Gobierno puede permanecer en el poder. La legalidad de esta medida está siendo cuestionada, y el proceso está debilitando aún más la cohesión social.

Si pasamos de España a Latinoamérica, se observan grados similares de polarización e impugnación de las constituciones. En Chile, un presidente de izquierdas recién elegido ha utilizado un referéndum para adquirir el derecho a pasar por encima del Parlamento, algo que los votantes rechazaron sabiamente. En Argentina, un presidente de derechas recién elegido también se ha visto envuelto rápidamente en una disputa con un Parlamento en el que carece de mayoría. Estas sociedades polarizadas son vulnerables a la paralización, en la que el cambio queda bloqueado, y a las oscilaciones bruscas y costosas hacia los extremos. Es poco probable que el clima económico y geopolítico internacional, malévolo y propenso a las crisis, sea indulgente con semejantes debilidades nacionales, como demostró la breve experiencia británica con Liz Truss.

De modo que, dado que la polarización es peligrosa, ¿cómo pueden superarse estas amargas divisiones? La dirigente europea que más me impresiona es Mette Frederiksen, primera ministra centrista de Dinamarca, que en 2022 fue reelegida por una mayoría aplastante. Uno de sus éxitos ha sido la gestión del Covid, y lo consiguió gracias a una combinación de modestia y liderazgo moral. Admitió que ni ella ni su Gobierno tenían conocimientos especializados sobre cómo responder al estallido de la pandemia; todo lo que sabía era algo evidente: era contagiosa. A partir de ahí delegó la responsabilidad moral en cada persona: «Protege a tu prójimo». De modo que, los ancianos con mayor riesgo de muerte debían apartarse del camino de la gente ocupada que necesitaba trabajar; los que tenían hijos debían proteger a la abuelita de ellos. Dinamarca ha tenido el exceso de mortalidad más bajo y los daños económicos menos elevados de todos los países europeos importantes.

Termino volviendo a las regiones diversas y descentralizadas de España. En lugar de recelos y prejuicios recíprocos, las regiones españolas tienen la posibilidad de aprender unas de otras y ayudarse mutuamente. El País Vasco, antaño violento y cuna de una industria pesada moribunda, se reconvirtió gracias al extraordinario movimiento cooperativo Mondragón. Galicia, en otro tiempo una región empobrecida por la emigración, ha revivido su tradición de peregrinación para crear un próspero sector turístico; podría aprender de Irlanda la manera de utilizar su diáspora para atraer inversión extranjera directa. Del mismo modo, la hermosa ciudad de Sevilla, en el corazón de una región de bajos ingresos, tiene potencial para elevar su región a la prosperidad. Cataluña, con su orgullosa historia y sus asombrosas ciudades, podría asumir su papel natural y liderar las regiones más pobres de España hacia una prosperidad común inclusiva. Es un tributo a su pasado moralmente más satisfactorio que dar la espalda al resto de España.

SOBRE EL AUTOR
Paul collier

es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Escuela

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