la tercera
Paradojas españolas
Lo más sorprendente es que el Gobierno de Sánchez considera legal la propuesta del 'lehendakari', aunque a continuación dice que no está de acuerdo con ella
Sinrazones para la amnistía (3/9/23)
La tecnología no es vital en la educación (1/9/23)

En un callejón sin salida, los españoles solemos echar mano de la paradoja, que no significa «otra verdad», sino que viene del griego «para», fuera de, doxa la verdad. Nadie mejor que los secesionistas y la extrema izquierda la usan, la última vez cuando el ... 'lehendakari' Urkullu propuso al Gobierno de Pedro Sánchez una reforma del mapa autonómico de España, convirtiéndola en una nación «plurinacional» que reconozca la singularidad de Euskadi, Cataluña y Galicia. La trampa está en el propio planteamiento. Plurinacional significa varias naciones, y la Constitución sólo reconoce una: la Nación española. Todo lo que se quiera construir sobre esa base plural cae por su propio peso. O vascos, catalanes y gallegos renuncian a tener una nación o se contentan con lo que tienen: una comunidad autónoma, que en modo alguno significa soberana. Soberanía la tiene únicamente el Estado español, es decir todos los españoles, sin que pueda ser troceada, como deja bien claro la Constitución.
Quienes primero lo han visto han sido los independentistas catalanes, a quienes no ha satisfecho lo más mínimo el plan de Urkullu y advierten por boca de Junqueras de que «la amnistía (de todos los condenados por el intento de golpe del 1-O) no es un objetivo final. Es el comienzo de un proceso que debe acabar con el referéndum de autodeterminación». Puigdemont marca incluso los plazos y las condiciones de la negociación.
Lo más sorprendente es que el Gobierno de Sánchez considera legal la propuesta del 'lehendakari', aunque a continuación dice que no está de acuerdo con ella. Que es como hacerse trampas en un solitario. O como dejar que Yolanda Díaz se encuentre con Puigdemont, pero no como vicepresidenta del Gobierno, sino como líder de Sumar, pero sin desautorizarla. Decir sí y no al mismo tiempo es el deporte favorito de Pedro Sánchez y si hay bofetadas, que no sean en su cara.
También hace trampas el PNV, que de principal partido político en el País Vasco ha visto cómo los jóvenes huyen de él hacia Bildu y hacia formaciones más radicales, con los mayores cansados del doble juego que viene haciendo. Por no hablar de su caída en picado en el resto de España. De ser un partido serio, que busca los mayores beneficios para el pueblo vasco ha pasado a ser un chapucero que intenta engañar a todos y engañarse a sí mismo. Algo que no lleva a ninguna parte, el peor de los mundos posibles. El «si es sí» de Podemos y el «no es no» de Sánchez a Alberto Núñez Feijóo lo convierte el PNV en «si es no» y «no es sí», según con quien habla. Lo hacen, además, sin el menor recato, mientras cargan con los pactos que el PP pueda hacer con Vox, que reúne a aquellos que defienden a ultranza la unidad de España. O sea, que entenderse con un prófugo de la justicia española no es sólo legal, sino también conveniente, habiendo quien sacó el adjetivo de 'histórico' para este encuentro con el catalán errante en Waterloo, mientras se considera «falta muy grave» pactar con Vox, cuyo dirigente ha estado amenazado de muerte por ETA y ha tenido que enterrar a bastantes de sus compañeros durante los años del plomo de la banda terrorista.
Esta es la ecuanimidad del PNV, que exige se reconozca a Euskadi como nación a cambio de sus votos y veta el pacto con los que murieron defendiendo la Nación española por una bomba bajo su coche o por un tiro en la nuca. Que esto lo haga una señora cuyo rasgo más característico es sonreír a cuantos presumen de odiar a España y se han hartado de poner verdes a sus instituciones, empezando por la Justicia en los foros internacionales. Poner en manos de ese hombre el futuro inmediato del Estado español suena a mal chiste, pero es una realidad de la que no parecen darse cuenta buena parte de los españoles.
Patxi López preguntó a Pedro Sánchez en el debate que sostuvieron durante las primarias del PSOE, con tres cabezas de partido, si sabía lo que era una nación. Sánchez salió por los cerros de Úbeda, pero convendría que todos ellos se hicieran esa pregunta, pues es lo que realmente está en juego: si España es una nación o una plurinación, lo contrario de una nación. Es lo que vamos a hacer nosotros ahora.
Hay diversas definiciones de nación. La más genérica es la de Renan «un plebiscito diario», que alude a su carácter radicalmente democrático, ya que obliga a sus ciudadanos a contribuir a la armonía social cediendo parte de su libertad e intereses al bien común en beneficio de todos. Frente a ello, el ideario totalitario lo definió José Antonio Primo de Rivera caracterizándola como la «unidad de destino en lo universal», que convierte la ciudadanía en masa en pos del líder. Mucho más sensible e incluso poética fue la definición de Ortega y Gasset, «un proyecto sugestivo de vida en común», que de realizarse cristalizaría en una nación donde todos los ciudadanos estuvieran de acuerdo en ideas, medios y objetivos, algo más bien utópico, que no se da ni en Suiza, donde los cantones en que está dividido el país tienen sus propias normas internas, pero se atienen a otras generales en las que se han puesto de acuerdo. Y, algo muy importante, tienen un presidente común al que todos respetan y obedecen, algo que sólo una firme tradición y el haber aprendido de sus errores les ha proporcionado. Pero no se da en otras partes y, por lo que arroja la escena internacional, no volverá a darse.
La realidad sobre la naturaleza de la democracia la definió el posiblemente mayor estadista del siglo XX, Winston Churchill: «La menos mala de las formas de gobierno». Con lo que nos quedamos como estábamos, sólo más frustrados. Lo que tampoco es solución. La historia, «esa maestra de la vida», según Cicerón, o «el largo camino de la humanidad hacia la libertad y el desarrollo», según Hegel, nos enseña que quien no aprende de sus errores está condenado a repetirlos. No una vez, sino cientos. Nosotros, los españoles, y españolas, pues por primera vez tienen voz y voto, estamos empeñados ahora en pluralizar España, contra lo que dice uno de nuestros refranes más socorridos: «La unión hace la fuerza». Dios, si existe después de Nietzche, nos coja confesados.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete