Tigres de papel
Un nuevo nombre para el PSOE
La entrega de la alcaldía de Pamplona a Bildu certifica la refundación del Partido Socialista y la traición de los valores que lo distinguieron durante las últimas décadas
El Partido Socialista ha entregado la alcaldía de Pamplona al partido que en el mes de octubre se negó a condenar el ataque contra la tumba de su compañero Fernando Buesa. Son las mismas siglas que llevaron a 44 personas condenadas por terrorismo a las ... últimas elecciones municipales. La misma formación política que es capaz de celebrar homenajes públicos a fanáticos que decidieron exterminar físicamente a quienes no compartían la toxina moral del nacionalismo vasco. Bildu no es un partido ultra, ni un agente polarizador. Es una formación política capaz de contemporizar con quienes creyeron que era legítimo disparar a quemarropa, colocar una bomba en los bajos de un coche o detonar un explosivo en unos grandes almacenes para asesinar y mutilar indiscriminadamente.
Desde Ferraz llegará el argumentario frenético a los móviles de los tertulianos de guardia. «Mejor en las instituciones que poniendo bombas», les propondrán decir. Pero es mentira. Pues la disimetría con la que juzgan los excesos del adversario haría intolerable un pacto como el que acaba de perpetrarse en Pamplona. Las mismas personas que clamaron contra el voxista Carlos Flores al haber sido condenado por violencia de género se aferran ahora a la reinserción social para justificar la presencia de Joxe Abaurrea, condenado por agredir a dos mujeres. Los mismos que exhiben una cosmética conciencia antifascista se hacen cómplices del persistente homenaje al totalitarismo. ¿Qué dirían algunos insignes socialistas si la derecha pactara con partidos que expusieran los rostros de Queipo de Llano o de Millán-Astray en las casetas de las verbenas de los pueblos manchegos? ¿Qué dirían si en unas fiestas populares, como ocurrió en Bilbao, fuera la cabeza de Yolanda Díaz y no la de Abascal la que apareciera dibujada con un disparo en la nunca?
Este país construyó una democracia porque conservadores y progresistas supieron anteponer la defensa de un marco de decencia por encima de sus diferencias ideológicas. Lo primero fue establecer unas reglas del juego, una moral mínima desde la que posteriormente disentir, unas pautas formales que explicaran qué puede y qué no puede hacerse. Hasta hoy.
No sólo ha ocurrido algo terrible, sino que ha sucedido algo que Pedro Sánchez prometió que jamás ocurriría. Y con razón lo ocultaba, para traicionar a miles de votantes socialistas que confiaron en un mejor destino para Navarra y que todavía creyeron en la maltrecha palabra del presidente. Pero que nadie insista en gritar socorro ni en certificar la ruptura de ninguna línea roja. Para que el PSOE de Sánchez pudiera cruzar alguna línea roja más tendría que poder establecerse alguna forma de continuidad entre el socialismo que combatió al terrorismo y esta mutación corrompida hasta lo más hondo del tuétano moral. Y esa continuidad no existe. Algún día todo esto terminará. Sánchez y su red de favores y terrores pasarán a la historia y el PSOE, mientras tanto, habrá dilapidado todo su patrimonio político. Habrá roto afectivamente con sus padres fundadores, habrá amortizado su militancia antiterrorista y habrá perdido para siempre la bandera de la igualdad entre españoles.
Bien pensado, alguien debería tallarle un busto o fundir en su honor una estatua ecuestre. Sánchez se ha inventado un partido nuevo, menos digno, más infame. Pero ya puestos la renaturalización debería ser completa. Alguien debería buscarle al PSOE un nuevo nombre.
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