la Tercera
Amnistía, contra lógica, razón y ciencia
«Una vez más comienza nuestra miserable Edad Media. Y esta vez, no podremos echar la culpa a ninguna leyenda negra ni a ningún poder extranjero»
Terceras contra la amnistía de ABC
![Amnistía, contra lógica, razón y ciencia](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2023/12/14/231213PARAWEBTerceraSuarez-U501679849402zqG-RiZd3BpS5egwUWZpe2OfQkN-350x624@abc.jpg)
Más allá de las potentes razones políticas, éticas y jurídicas para oponerse a la amnistía, existen otras razones, sin precedente en nuestra historia democrática, relativas a la lógica, la razón y la ciencia. La aprobación de esta ley confirmará el ingreso de España y de ... los españoles en el mundo de la posverdad, de la sinrazón y del escepticismo científico. Nada de lo que este Gobierno pueda ya decir o hacer a favor de la ciencia, del conocimiento experto y de la política científica tendrá credibilidad. Así, sus admoniciones al país para que invierta en ciencia y desarrollo serán ilusas, un juego de espejos, anuladas por su propia incoherencia con los hechos y la evidencia. El Gobierno perderá su autoridad en política científica, como en el Reino Unido le ocurrió al Gobierno de Boris Johnson, un demagogo populista similar. El sistema de contrapesos británico, donde la independencia de los jueces es sagrada, acabó deshaciéndose de Johnson mediante una comisión parlamentaria nutrida de expertos y juristas. Veremos si aquí se aguanta esa vela.
La ley de la amnistía es una afrenta a la lógica porque se basa en una supina contradicción enunciativa, una contundente afirmación de una proposición clara y bien definida, seguida poco después, sin que medie cambio alguno de premisa mayor, por la afirmación de su precisa negación, igualmente clara y contundente. No es solo que los miembros del Gobierno se contradigan. Es que sus contradicciones se refieren a afirmaciones taxativas de proposiciones enunciativas expresadas con tajante certeza. La amnistía es definitivamente inconstitucional, y sin embargo es tan absolutamente constitucional como para que así se establezca en el preámbulo de la misma ley. Nunca pactaremos con los independentistas, pero pactamos con todos y cada uno de ellos. No habrá nunca un referéndum, pero habrá, con seguridad, un referéndum. El valor lógico de verdad de semejantes afirmaciones no depende de su temporalidad. Sobre estas proposiciones no es posible «cambiar de opinión». Sería como afirmar que dos más dos es igual a cuatro y, al mismo tiempo, y con la misma convicción que es igual a cinco. De la conjunción de ambas afirmaciones se sigue cualquier cosa pues es imposible reconciliarlas bajo ninguna interpretación semántica de los términos implicados. La ley de la amnistía, pues, abole la lógica y vacía el lenguaje de significantes.
La ley de la amnistía es una afrenta a la razón, porque como premisa de cualquier razonamiento una contradicción lógica genera 'ipso facto' una incoherencia, una sinrazón. Aparte de las implicaciones que esto tiene para la integridad u honorabilidad de los proponentes –que en cualquier otro país habrían dimitido, por tan grosera incoherencia, véase Johnson–, es de destacar que vicia el concepto mismo de razonamiento, pues este deviene imposible cuando no se fundamenta en sólidos argumentos, sino en base a gustos, arbitrariedades, o cambiantes intereses. En su 'Teoría de la razón comunicativa', Jürgen Habermas demostró que donde no hay base argumentativa racional, no existe posible deliberación, y por ende deja de existir la posibilidad de construir un espacio deliberativo común, un 'demos'. Si no me creen, échenle un vistazo a los hilos de Twitter de algunos de los palanganeros del presidente Sánchez antes y después del 23J. Estas personas ya no pueden mirarse al espejo sin que se caiga su mandíbula al suelo y se desfiguren sus mejillas, pues el peso de la sinrazón sobre la conciencia personal tiene abrumadores efectos físicos.
Por último, la ley de la amnistía es una afrenta a la evidencia científica. Como en el caso del Brexit, el Gobierno escogió desoír e ignorar la evidencia y a los expertos, que desaconsejaban esta vía. No fomentará la convivencia entre españoles, incluidos los catalanes, sino que la erosionará. Como erosionará el Estado de derecho, generándonos un conflicto inevitable con la Unión Europea a la que queremos pertenecer. No aumentará la seguridad, sino que creará funestos precedentes de vacío legal, disminuyendo tanto la seguridad jurídica como la física o personal. Fomentará el crimen, y dejará al Estado a los pies de los caballos en cualquier caso similar en el futuro, que no podrá ya ser sancionado. Estas y otras admoniciones de los expertos ni el Gobierno ni el Presidente las quisieron escuchar. Y continúan sin escuchar a los expertos jurídicos, constitucionalistas de enorme prestigio, ni a los miembros integrantes de la Sociedad Civil Catalana, ni a los expertos del Foro de Profesores, ni a los maestros y pedagogos de la Asociación Catalana por una Escuela Bilingüe. De implementarse esta ley en los términos que conocemos, el país entero pagará un coste, como ya lo hizo el Reino Unido cuando consumó el Brexit. Y no me refiero al del PIB (que también) sino a la creencia falsa y falaz de que la ciencia y la evidencia están supeditadas a la cruda lucha política, y de que el poder configura los hechos objetivos, y no, al contrario, el que se pliega a los mismos. Un legado funesto para nuestros hijos y nietos.
Se está a punto de consumar el mayor atentado contra la lógica, la razón, y la ciencia, que hayan montado políticos españoles en contra de sus ciudadanos desde la dictadura franquista. Y aunque es seguro que, antes o después, los emperadores desnudos caerán, y se vendrán abajo los ídolos de barro, junto con sus mitos, leyendas y supersticiones, será tarde, quizás demasiado tarde. Cuando la sinrazón anida en un organismo, va labrando lentamente la degeneración del cuerpo que invade. Para cuando se descubre y proporciona un tratamiento de 'shock', el espíritu puede estar muerto. La pasión y curiosidad científica de los españoles (la hemos tenido a raudales, a pesar de lo que diga Unamuno), se desvanecerán, una vez más, y volveremos a sucumbir a ese cúmulo de clichés y estereotipos que, desde hace un par de siglos, nos condenan, a los ojos de los demás occidentales, como el país de la irracionalidad, el desprecio por la ciencia y la evidencia, y el despecho frente a los hechos. Ese país mitológico de la 'Carmen' de Bizet, marcado por el orgullo y la caprichosa incoherencia. Una vez más comienza nuestra miserable Edad Media. Y esta vez, no podremos echar la culpa a ninguna leyenda negra ni a ningún poder extranjero. La culpa, toda la culpa, la tendrán aquellos entre nosotros que han venido alimentando, con sus votos y proclamas, al monstruo que genera el sueño narcótico de la razón. Y como país ilustrado y sabio que fuimos una vez, dos veces, quizás incluso tres veces (el enorme Santigo Ramón y Cajal), nos disponemos a dejarnos caer lánguidamente, otra vez, en ese sueño mortal, dulce y engañoso; entramos, sin apenas percibirlo, en el estado alucinado de la inconsciencia, del dogmatismo, y de la sinrazón colectiva.
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