renglones torcidos
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Una de las (muchas) cosas que me encantan de Girauta es que considera absurda la pregunta «¿A quién quieres más, a papá o a mamá?»
Una de las (muchas) cosas que me encantan de Girauta es que considera absurda la pregunta «¿A quién quieres más, a papá o a mamá?» trasladada al humanismo: «¿qué es mejor, el ensayo filosófico o la literatura?». Al alma humana se la sondea –se la ... debe sondear– a través de múltiples ventanas cuando se nos abren con buen tino, sensibilidad, agudeza y maestría. Quienes saben tomar el pulso a lo que somos –y a quienes deberíamos ser– tienen culo de mal asiento. Un día los encuentras rasgando unos acordes de guitarra, punteando cuerdas, tarareando melodías –como mi querido Juan Carlos– y al siguiente escriben sobre Lacan y Gramsci o te recomiendan obras maestras de la literatura. Ahora mismo estoy inmersa en 'Los demonios', de Dostoievski. Girauta sabe que es uno de mis autores favoritos y me recomendó este novelón por el análisis psicológico, social y ético del fenómeno del terrorismo. La contraparte –me explicó– es 'Resurrección', de Tolstoi, quien acaba justificando el terror. Debo añadir que 'Los demonios' ofrece mucho más. Dostoievski supo plasmar negro sobre blanco las consecuencias sociales y espirituales del nihilismo filosófico cuando Nietzsche todavía no había nacido. Todo esto a través de una novela. Benditos sean los buenos escritores, pues llegan donde los filósofos no pueden (por falta de pericia o por las limitaciones que implica el rigor expositivo).
Otro de mis literatos-filósofos favoritos es Borges. En 'Funes el memorioso' nos habla de alguien que no puede olvidar absolutamente nada. En su memoria queda grabado hasta el último detalle de cada fenómeno que se le presenta. Funes no podría identificar como iguales dos monedas de un euro, pues cada rasguño, mancha, irregularidad, las vuelven únicas e irrepetibles. Se dice a veces que conocer es olvidar: descartar mil y un detalles que se consideran irrelevantes para poder crear conceptos sencillos y así hacer posible la comunicación. ¿Cómo podríamos usar la palabra 'perro' u 'hombre' si tuviéramos en cuenta mil y un aspectos particulares, como el color de pelo, la altura, el carácter, la edad de cada perro y de cada hombre que se nos presentara? El lenguaje se volvería un engorro: en lugar de decir «vi un hombre paseando», tendría que afirmar «vi paseando un ente bípedo, de cabello oscuro, 1'75 cm de estatura, vestía vaqueros, jersey de pana y deportivas; taciturno, despeinado y ojeroso».
Parecen asuntos triviales y, sin embargo, son fundamentales para comprender la vida práctica, especialmente ahora que algunos nos castigan con su obsesión por categorizarse a sí mismos. Una manía que roza el paroxismo en lo relativo a la sexualidad. Me pierdo en etiquetas: «soy género fluido, polisexual y ginecomimetofílica». Muy bien, yo pinto en mis ratos libres, mi amor platónico es Hugh Jackman y suelo acudir a urgencias por los batacazos épicos que me doy haciendo 'skate'. ¿No te parece mejor un «Hola, soy Teresa. Yo Mariona, encantada»? Y desde ahí, ir conociendo los detalles particulares de cada una. Sobre todo, por favor, no pretendas legislar sobre esas premisas, que bastante complicada es ya la vida (pregunta, si no, a Dostoievski).
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