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tribuna abierta

La cosificación de los militares

Da la impresión de que vestir el uniforme es sinónimo de una capacidad infinita de trabajo y de ausencia de problemas

EFE

Mariano Casado

Ahora que comienza el año es buen momento para reflexionar sobre la situación de los militares en España. Quizá puede decirse que la dana, que tanto daño y dolor ha producido, ha puesto de manifiesto que pocas o ninguna otra institución como las Fuerzas Armadas cuentan con capacidades técnicas y humanas para afrontar este tipo de emergencias. Desde los primeros momentos se pidió y exigió la presencia masiva de militares en las calles de las poblaciones afectadas. En momentos posteriores, se mantuvo su presencia, implicación y compromiso, con sucesivos relevos. Aún hoy, son miles los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas los que continúan prestando servicio y auxilio. Este esfuerzo organizativo y de disponibilidad permanente de los militares ha de permitir que valoremos su trabajo con toda la dimensión que comporta. En algunos momentos, las voces que se alzaban en requerimiento de su presencia urgente y masiva no contemplaron la dimensión humana de quienes integran los Ejércitos. Por ello, lo que se ha vivido y se está viendo en las zonas afectadas, ha de permitir que la sociedad española conozca mejor a sus Fuerzas Armadas y valore el trabajo de quienes las integran.

En algunos momentos, he tenido la impresión de que se cosificaba a los militares. Nadie se preocupaba de sus condiciones de trabajo y de vida en las zonas afectadas. O de la ausencia de descansos. Daba la impresión de que vestir el uniforme era sinónimo de una capacidad infinita de trabajo y de una ausencia de problemas y de riesgos.

En realidad, los militares tienen esa capacidad especial de trabajar por y para los demás en las peores condiciones. Parece que es algo consustancial a la propia naturaleza de sus misiones. Lo cierto es que cuando tengo ocasión de visitar unidades de las Fuerzas Armadas y de entrevistarme con ellos y ellas, observo que su compromiso con el cumplimiento de sus funciones es total. Anteponen el cumplimiento de la misión a sus propios derechos y bienestar. Y esto es algo que no resulta frecuente en nuestra sociedad, en la que valores como la solidaridad, compañerismo, dedicación, honor, disciplina, disponibilidad, dedicación y valor son denostados. Precisamente por todo ello, los demás ciudadanos que no vestimos el uniforme tenemos una obligación que va más allá de la mera gratitud con los militares. Tenemos la obligación de procurar un espacio social de reivindicación colectiva de sus derechos y de apoyar sus justas peticiones de mejoras sociales, económicas y profesionales. Para que los militares sean tratados con justicia hay que aumentar sus retribuciones. No hay excusa alguna para hacerlo de manera inmediata y urgente. Para que los militares no sean cosificados, hay que invertir en la mejora de las instalaciones de vida y trabajo de los acuartelamientos. En ocasiones, se ven construcciones e instalaciones en las unidades que no son habitables y que no tienen las mínimas condiciones de uso digno.

Hay dos opciones, pero solo una es admisible. La primera, taparse los ojos y los oídos, cosificarlos y mantener la situación negativa en la que desarrollan sus funciones. La segunda, reconocer la importancia de su trabajo e impulsar las medidas legales, económicas y presupuestarias para dignificar la condición militar. Si no lo hacemos estaremos consolidando una injusticia inadmisible y propiciando que ser militar sea sinónimo de precariedad. Es hora de afrontar la situación y de dar pasos firmes para producir el cambio que resulta tan exigente como necesario. Nos jugamos mucho como sociedad y como nación.

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