TIRO AL AIRE
Secretitos de Estado
El oscurantismo que permitimos a nuestros políticos quizá forme parte del problema
En Vox son unos ligones
El día de la marmota: picos y tetas
Lamenta la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, haberse enterado por la prensa de que el nuevo salario mínimo va a tener que hacer frente al IRPF correspondiente. Que el SMI pague o no impuestos es un debate con miga –¿por qué no habría de ... contribuir?– pero no tanto como otra cuestión que, con su disgusto, ha sacado a la palestra la misma ministra.
Díaz nos recuerda una de las vergüenzas de nuestra democracia al incidir en que las deliberaciones de los Consejos de Ministros son secretas. Lo ha dicho para no incurrir en negligencia personal, pero, a la vez, sin querer o queriendo, ha puesto de manifiesto la negligencia estatal: «No puedo desvelar el contenido del Consejo de Ministros, pero como este debate no existió, sí les digo que no hubo ni deliberación en el Consejo, ninguna, ni comunicación a Sumar». El resultado de las deliberaciones es público, pero no lo que se habla en ellas. Toma transparencia. Que una parte del Gobierno no informe a otra de según qué cosas, como se lamenta Díaz, pase. Cuestión de partidos. Pero que los argumentos del máximo órgano colegiado del Gobierno de España, donde se negocia y se discute parte del futuro del país y se decide sobre usted y sobre mí, sean secretos nos lleva a un rincón oscuro de nuestra democracia.
¿No debería quedar constancia, punto por punto, de lo que opinó tal ministro, de por qué votó sí o no tal otro, de qué razonamientos aportaron para rechazar esta o aquella propuesta? ¿No es el diálogo y la mezcla de voces la base de la democracia? ¿Por qué permitimos que ahí, justo ahí, se apaguen los micros y los focos? ¿Por qué no queda registro de una actividad tan pública como gobernar un país? Es más, ¿hay o no democracia en el Consejo de Ministros?
Desde que Donald Trump ha vuelto a la Presidencia de Estados Unidos –en el fondo desde antes– no hago sino preguntarme por eso que algunos ensayistas han venido a llamar el fin de la democracia. Pero, ¿cómo se va a acabar una democracia? Y, si ocurriera, ¿quién o quiénes serían los culpables? ¿La misma democracia por flojita, por confiada? ¿El político que la apalea? Es el dilema del huevo y la gallina aplicado al fin de la democracia: ¿este se gesta dentro o se pare desde fuera?
El oscurantismo que permitimos a nuestros políticos quizá forme parte del problema. Lo personal es político, pero resulta que lo político puede ser secreto. Así malacostumbramos al que manda y no ve tan fea una reunión encubierta con según quién. De Moncloa a Waterloo.
En su misma queja lamentaba Yolanda Díaz que la justicia social comienza desde arriba. Hablaba del SMI pero parecía que lo hacía del fiscal general. Por lo de justicia y por lo de arriba. Claro que en cualquier momento sale alguien a decir que lo que se ha borrado es privado. O secreto. Pues eso, secretitos de Estado.
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