tiro al aire
La ropa de domingo
Con la caída de Valladolid lo ha hecho la última aldea gala de la distinción en el vestir
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Valladolid me ha descolocado por lo menos dos veces este año. Todo el mundo idealiza personas o lugares y yo, ingenua castellana nueva, lo había hecho con esta ilustre ciudad de Castilla La Vieja. La miraba como un altar de elegancia, como una atalaya del ... saber estar. Sin embargo, ahora sé que ese mapa mental que yo me había compuesto era irreal. Puedo culpar y culpo de mi gran confusión a Garabitos, Peláez y Nietos, a todos los que me han hecho creer que Pucela era una reserva de señorío y finura. Pero también a aquellas fiestas nocturnas universitarias a las que me escapaba con mis amigas desde Madrid. La teoría engaña. La experiencia, también.
Mi primera disrupción con la ciudad fue con Óscar Puente, ahora ministro de Transportes. No lo llamaré disgusto porque Puente construye metáforas como nadie –vías de tren está por ver–. Idolatrar la poesía incluye también la de barra de bar. No sé si en Moncloa se valora igual.
Mi segundo pasmo vallisoletano fue un domingo. Nadie hubiera dicho que lo era. Cuando salimos del centro, en la ribera del Pisuerga, supe que era el fin. «Asúmelo, Mariajo, la ropa de domingo ha muerto». Con la caída de Valladolid lo ha hecho la última aldea gala de la distinción en el vestir.
No soy sospechosa de ser devota de los tacones y ni fú ni fá que Loewe dejara de coser corbatas hace unos años. Pero esto no es una cuestión sólo de trapos y complementos. El concepto de la ropa del domingo era un sistema en sí mismo. Se compraba un par de veces al año, eligiendo la mejor que se podía pagar: de calidad, para que durase, pero también a la moda, para lucir tendencias. Se llevaba una temporada en festivos y a la siguiente pasaba a ser ropa de diario. Al final, uno terminaba siempre vestido de domingo y como ese era el mejor día, el de fiesta, el de descanso, nuestro armario se democratizaba por arriba.
En la exposición de Chanel-Picasso del Museo Thyssen del año pasado se explicaba que las pocas piezas que se conservan de la diseñadora francesa –que introdujo los tejidos humildes y sencillos en la moda– son tesoros de la historia por la dificultad de que hayan llegado hasta nuestros días. No por falta de calidad, sino porque sus dueñas las vestían hasta destrozarlas o las regalaban y sus nuevas propietarias terminaban de desgastarlas. Aprovechamiento máximo en todos los niveles. Por si creen que el reciclaje textil y la economía circular la ha inventado Wallapop.
La muerte de la ropa de domingo es el fin de esa era de aprovechamiento pero también el fin de un sistema en el que se establecían jerarquías de calidad, eligiendo siempre lo mejor, tanto en el vestir como en la política, porque sabíamos que ataviarnos con nuestras mejores galas los festivos terminaría trasladándose a nuestra vida diaria. Pero igual ya es historia que hubo un tiempo en el que España aspiró a ir toda la semana vestida de domingo.
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