TIRO AL AIRE
Derecho de pernada visual
El turbo-porno contemporáneo es adictivo, enfermizo y denigra a las mujeres. Basta con ver muchos de sus títulos
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¿Un pacto de caballeros?
Ha salido a la luz una curiosa especie en España: el intelectual todoporni. El agaporni es el lorito del amor; el todoporni, el lorito del porno: no se cansa de piar en su defensa (para adultos). Sus individuos pueden ser femeninos o masculinos y ... de casi cualquier espectro político. ¿Cómo reconocerlos? Por su canto. Entonan un dulce gorjeo a favor del porno infinito (para adultos, insisto) y trinan muy grave para oponerse a todo racionamiento de éste a partir de los 18.
Otra cifra, el 30, les ha hecho salir de sus nidos. Asustados ante la posible imposición de una dosis máxima mensual de porno. 30 veces sería algo así como «el porno vuestro de cada día». Pero igual las consideran pocas. Contrarios al intervencionismo, agitan la bandera de la libertad de expresión pornográfica. Antidemocrático, cacarean. No es para ellos, dicen. Sino para otros: nadie debería dosificar el pienso pornográfico a los demás.
El todoporni se lía con el porno a toda pantalla actual y las revistas y las pelis X del siglo pasado. Defender el porno de hoy como si fuera el de los años 60 es como comparar fumarse un puro en las bodas con darle al fentanilo a todas horas. Confundir el placer con la droga. El erotismo con el veneno.
El turbo-porno contemporáneo es adictivo, enfermizo y denigra a las mujeres. Basta con ver muchos de sus títulos. Escuchar los casos que relatan los sexólogos. Ver el aumento de clínicas de desintoxicación sexual. Busquen testimonios de actrices. Lean, por ejemplo, 'PornoXplotación: la explosión de la gran adicción de nuestros tiempos', de Mabel Lozano y Pablo J. Conellie.
Como civilización parecemos condenados a estallar, a quemarnos en primer grado, a desollarnos, cada vez que debatimos sobre el uso y disfrute del cuerpo de las mujeres. Por supervivencia, nosotras debemos escuchar todas las versiones. Para defenderse de algo hay que conocerlo, llegar hasta sus bases y sus creencias. Que es ficción, dicen. Ficción es cuando arde un coche en la escena y dentro hay un muñeco. Cuando la sangre es falsa. Muchos de los todopornis no dejarían, ni muertos, que a sus mascotas les hicieran lo que les hacen a algunas mujeres en el porno. Es su libertad. ¿La de ellas o la de ellos? ¿O la libertad del dinero? Que se pueda pagar por la pernada, piel con piel o través de una pantalla, no debería convertirla en derecho.
Pornografía, del griego 'porne' –prostituta– y 'grapho' –describo–, significa «descripción de la prostituta». Con lo que el porno es el relato de la prostitución. Defender el porno en tiempos de móviles es defender el derecho a la pernada visual. En un Estado de derecho éste no debería poder adquirirse ni a los 18 años. Ni nunca.
La propuesta del Gobierno –intentarlo ya es algo– es para atajar lo de nuestros hijos con el porno. Escuchando a algunos pájaros se confirma que el problema no es sólo de los críos.
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