TIRO AL AIRE
Construcciones España
Mañana no habrá ni rastro en la arena de la construcción, lo que no significa que no se haya construido algo en ella
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Los pequeños tienen seis, siete, quizás ocho años. La edad de los padres es más difícil de calcular. Seguro que los dos han superado los cuarenta. Ambos lucen barba. Uno más 'hipster', más larga. El otro, más depurada. Podríamos decir que sido la niña la ... que ha empezado todo. Pero sería incorrecto. Fue otro niño, quizás otra familia. «Papá, vamos a hacer un hoyo gigante», propone, en la orilla, en una zona precisa en la que hay un rastro claro de otro agujero. Ha tenido que ser también hoy. La marea limpia toda construcción a este nivel. Pala, cubo y rastrillo. La madre lee al lado. El hoyo empieza a ser cada vez grande, pero las olas llegan más lejos y lo hacen peligrar. Hay que levantar un pequeño muro de contención. Es ahí cuando los dos, padre e hija, se dan cuenta de que al lado hay otros dos obreros como ellos. Otro padre y otro hijo. Otro pozo en la arena. Otra muralla. Los cuatro deciden unirse. Es casi inevitable viendo cómo avanzan las obras.
Juntos, el de los hoyos sigue siendo un juego pero ahora también es un trabajo. Se ha conformado una cuadrilla estructurada. Jerárquica. Mandan los niños, que se han preguntado los nombres. Los padres, no. Pero también charlan. Se han dicho de qué ciudades vienen, están al lado, y comentan sobre los deportes que practican los niños, que no son fútbol. Pero también hablan de fútbol. De equipos. Y así, a ocho manos, dos conversaciones y un solo mar, sigue la construcción. Cuando terminen, o más bien cuando decidan parar, habrá dos grandes agujeros en la orilla de esta playa mediterránea junto a un solo muro de contención serpenteante. Éste cuenta con una apertura de drenaje para que las olas no destruyan la edificación, al menos, no mientras dure la puesta de sol. Está resistiendo. Es fuerte como una mirada profunda. Una mirada uniceja. Así se debe ver la estructura desde el cielo.
Los niños, satisfechos, se bañan en el mar. Desde la orilla no se escucha su breve conversación, pero se intuye. Saltan algunas olas y regresan enseguida para supervisar su efímera creación. Si volvemos mañana comprobaremos que no habrá ni rastro en la arena de la construcción, lo que no significa que no se haya construido algo en ella. Cae el sol. Cada niño recoge su material. Se despiden tímidamente. Quizá se reencuentren mañana. Si es que sí, los padres acuerdan que se tomarán una cerveza. Las madres sonríen.
Jesús Quintero le preguntó una vez a Antonio Gala qué era lo más inteligente que se puede hacer en esta vida y el maestro, en su respuesta rápida, contestó que «irse a una playa». Lo explicó: salir del laberinto, desencadenarse, irse un rato al campo. Que sepas, querido Antonio, que esto sigue siendo así en nuestro primer verano sin ti. Esta tarde, sin hacer castillos en la arena o haciéndolos, ningún adulto ha preguntado quién vota a quién.
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