EL RETRANQUEO
¿Vas a ser un binguero?
Hay tres iconos en la legislatura: el chalé de Galapagar, la almendrita de Fernando Simón, y que te vote Txapote
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Las promesas electorales no son sólo un reflejo de quien las inventa, sino un espejo de quien las cree en función de estúpidas quimeras, que son las mejores medidoras de la ingenuidad. Repiten que los políticos en campaña son una casta de mentirosos, abrazaniños ... de saldo, que no están preparados, que muchos jamás trabajaron antes y son trepas en busca de puestos de salida. Se dice que no tienen escrúpulos, que son profesionales de la nada, y los sabemos trovadores de sueños imposibles que juegan con tu vida de peón. Sin embargo, las promesas tienen ese halo brillante, esa purpurina provocativa que aunque te indica que todo es un fraude, sabe sacarte un cierto regusto en tu engaño. Podían hablar de principios, de valores, de la adaptación del neoconservadurismo a los tiempos superando antiguallas desfasadas, de cómo reparar el desfondamiento del liberalismo imperfecto que tanto imanta pese a sus averías, de cómo se puede ser progresista con tanto burgués de una izquierda que vive como un suizo.
En cambio, nos dan chasca, chatarra ideológica, barullo, una casita en las afueras sin mano de obra que la levante, y 130 playas en Madrid. Te prometen supermercados intervenidos de cartilla y ración, y un precio justo para tu bol de arroz con proteínas estatales. No. El problema no es de quien convierte tu vida en una tarde de bingo con ceniceros, en una tómbola de cheques bebé, bonos jóvenes o interraíles de gañote. El problema es aplaudir cuando además te insultan. Prevaricas y te engañas a ti mismo, como en un número de magia. Sabes que es mentira pero te hipnotiza y te confunde, y ves lo que quieres ver porque te ocultan el truco. La mentira, si es elegante, siempre es atractiva. Y si te añaden que tu semana laboral tendrá cuatro días, y que la inteligencia artificial te arreglará el cerebro, mejor. Disfrutas timándote como alegre comparsa de una ilusión óptica.
No. Lo preocupante no es el tipo que te promete 130 playas en el asfalto madrileño, con sus olas, su arena fina, su foreño y sus chiringuitos norcoreanos. Ni la que exige poner tacómetros de camión a los camareros como si fueran marcapasos. Lo vacío es la simplicidad con que el elector establece un vínculo emocional, una fe íntima, y una escala de valores basada en una añagaza continua. No culpes de una estupidez a su creador. Culpa a tu propio concepto acrítico de la libertad, a tus complejos ideológicos, a tu servilismo consciente, a tu indolencia. Un vendedor de crecepelos tiene tanto derecho a comerciar con tus sentimientos como tú a llamarlo ladrón. Pero si te adaptas y asumes, si te corrompes creyendo falsedades, si quieres ser el eterno binguero cantando línea, después no te quejes. Si te dicen que puedes vivir siempre de una subvención, que te la mereces, que el Estado te cuida, grítales que es mentira. De lo contrario, hasta tú habrás inventado tu propio crecepelo. Sus campañas son sólo un tratado de autoestima viciado, un 'coaching' diseñado para ti porque hacerte dudar es más útil que insuflar ilusión por tu voto. Es la felicidad total, la anestesia completa. Son tres los iconos de esta legislatura de memoria democrática: el chalé de Galapagar, la almendrita de Fernando Simón, y aquel «que te vote Txapote». Y Bildu, de campaña en Sevilla. Levantar esas losas con un BOE para los súbditos mendicantes del régimen es una opción…, pero eso ya depende del respeto que se tenga cada cual.
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