EL RETRANQUEO
La joya de la Corona
Responsabilidad y renovación en tiempos oscuros de amnistías selectivas
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Hay muchas razones para una jura como la de Doña Leonor, pero dos son insustituibles. La demostración expresa de un compromiso permanente de la Corona con la Constitución, con la legalidad, con la continuidad dinástica, con la monarquía parlamentaria sometida a la soberanía nacional, ... y con una ética pública que no desvirtúe la reputación de la institución. Y segundo, era imprescindible otra naturalidad y espontaneidad en la Corona. La sonrisa de Leonor es una buena noticia para España. Sus ojos reflejan el deseo de asumir su función con ejemplaridad, le agrada aprenderla, se forma con profesionalidad y ofrece señales notables de que hay pasta de Reina. España necesita invocar, frente a la trinchera antimonárquica y ese republicanismo que hiperventila de odio, tradiciones que seguirán vigentes, una liturgia de significados profundos y un nuevo simbolismo de modernidad.
Se trata de cerrar el círculo de este lento vuelco a la imagen pública de la Corona tras años complejos porque los errores cometidos en la última etapa de Don Juan Carlos son un baldón reputacional difícilmente reversible. Sin embargo, el tiempo aploma las cosas, les da poso. Y ese poso lo representa Doña Leonor, que entra en los hogares como un cañón de frescura con su fotogenia y su gesto transparente. Sus ojos saben de delicadeza, de orgullo de hija y nieta, de acomodo al rigor de la disciplina. Y lo más difícil, convierte en sencillos los rigores del escaparate.
Leonor ya no es la nieta de. Ni la hija de. Es ella la que institucionalmente adquiere un protagonismo, una agenda propia, una relevancia en las Fuerzas Armadas. Ella asume que se sumergerá en una mitad de España distinta, cambiante, arisca con la monarquía, refractaria de privilegios y destructora de tradiciones. La memoria selectiva que se impone está diseñada para olvidar que si algo cimentó el tránsito de una dictadura a una democracia reformista, fue la Corona. Hoy, ante un proceso 'deconstituyente' e involucionista, la jura adquiere un valor multiplicado. Con su jura, entiende la compleja misión de fortalecer ese arraigo, de repetir una y otra vez que es Princesa de todos, incluso de los que la exiliarían viciados por el adoctrinamiento de tanto populismo corrosivo. También será reina de ellos porque por encima de sus funciones debe contribuir a recuperar la convivencia que alentó a la Transición y eso será dificultoso en una España rota en franquicias ideológicas hostiles.
Aunque esa tarea se complique, y se complicará, maestro fue su abuelo, por más que sacudir su legado sea hoy solo un injusto deporte nacional. Y maestro es su padre. La labor empática y dura de Don Felipe seguirá su curso pese a cualquier tensión dentro y fuera de su familia. Ahí Leonor emerge como el cemento de la renovación, como un punto y aparte en la degradación política, como un antídoto contra la humillación del Estado con fotografías lavativas de delincuentes. Es el síntoma superador de un escarmiento que aún pasa factura a la Corona con conflictos internos no resueltos. Leonor es un alivio generacional, una ruptura ordenada con ese ayer juancarlista y enfangado que de modo absurdo continúa sin perdón en estos tiempos cínicos de amnistías selectivas. Leonor no es un relevo de atrezo, sino un destino para todos. Es la respuesta esperanzadora a un futuro incierto que arrastra el pesimismo existencial de una nación en declive que va dejando de quererse.
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