el retranqueo
Inteligencia natural
Ni Altman sabría qué hacer con los datos biométricos de Armengol
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La UE ha anunciado un incipiente acuerdo para regular la inteligencia artificial. Ya tardaba. Y además promete largas siestas de debate. Con esto de la polarización sistémica, unos acusarán a Europa de negacionista de la evidencia poniendo límites al abismo, de retrógrada por cegarse ... al progreso, de cercenar la evolución del ser humano. Otros, en cambio, se verán aliviados antes de que la robotización de cerebros alcance hasta la última neurona de los que ya van quedando con más de una o dos. Ni idea aún de cuál de las dos alternativas apoyar. Hay teóricos con miedo a un transhumanismo de superhombres inmortales llenos de aparatos transplantados y carentes de autolibertad. Otros asocian el temor al simplismo de no asumir que este es el nuevo descubrimiento del fuego, la rueda o el chip. Quizá sea tanto. Quizá no. Pero mientras aceche la creatividad, suplante los sentimientos, amenace la intimidad y permita que tu cerebro sea colonizado por el algoritmo, la inteligencia artificial no será mucho más que un artefacto sin alma, una bacteria multirresistente para la que siempre hará falta un antibiótico de ética que proteja el humanismo.
Altman ha demostrado mucha inteligencia natural para vivir de la artificial. Los garajes en Estados Unidos siguen teniendo ese punto de glamur 'grunge' con gurús y cerebritos camino de Silicon Valley en sus camisas de leñador de Michigan. La mística de esos sótanos caóticos construidos por emprendedores con sus pantallas, su cocacola junto a una pizza seca, y sus ideas geniales siempre nacen de los valores y la inteligencia al servicio de la humanidad… y acaban siendo una cuestión de dinero. Negocio puro y duro. Lógico. Nada que oponer a que los genios cambien la historia y alcancen con su vista aquello que otro ojo humano aún no puede ver. Un cáncer o así. Pero que no te vendan humo. El sentimiento jamás será bendecido por un algoritmo.
En 'Eternidad', Rosario de Cádiz no compuso un soplo artificial. Ni Cigarreras en 'Requiem'. Sólo un océano de cornetas infinitas removiendo los sentidos. En una 'revirá' no hay inteligencia artificial, sólo sincronía y esencia al compás. Háblale a Iniesta de inteligencia artificial en el minuto 116, y dile a un niño que los tres gorditos de Carrefour no son los Reyes Magos, y que su Navidad es un holograma creado por inteligencia virtual. Dile a Altman que un lechazo envasado al vacío y creado por una impresora 3D con fibras de no sé qué es igual que al horno de ladrillo y encina. Dile a dos enamorados que todos los besos son como el de Jenny Hermoso, así, artificiales, impostados, imputados… Y dile a Santos Cerdán que sus mariposas en el estómago con Puigdemont no son su propio regusto de emoción irreproducible por ChatGPT. Lo mismo con los colores de Velázquez, el talón de Sócrates y el penalti de Panenka, el pulgar de Paco de Lucía y la batuta de Karajan, las corcheas de Mozart, la gubia de Juan de Mesa o el teléfono de Gila. O la palabra de Sánchez. Son irrepetibles. Llámalo genio, duende, llámalo liturgia de lo humano. Y si la inteligencia artificial pretende mercantilizar tu alma, aire. Sólo la admitiré en un caso: para sustituir al escriba de Armengol. Ni Altman sabría qué hacer con los datos biométricos de doña Francina.
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