El Retranqueo
Echo de menos su luz
Recuerdo un nacimiento de hielo en pleno salón. Y esas navidades analógicas, perfectas, de cuando no discurría el tiempo
Ya estamos con los flecos (19/12/2023)
Miénteme, anda (12/12/23)
Echo de menos las tardes de whisky de mayores y terruño. Los atardeceres de invierno con el sol agotándose tras las casitas de pescadores junto a las dunas. Echo de menos los olores cálidos de guisos y caldos, mezclados en aquella casa con una veintena ... de belenes conservados como un tesoro de cualquier parte del mundo. Y las riñas de familia entre servilletas de hilo, esas que sólo salían del arcón una o dos veces al año. Los inciensos navideños, los villancicos en vinilo, los tocadiscos de antes. Y las mañanas de mesa camilla con tres periódicos leídos en silencio, cuando solo hojeaba páginas hasta llegar feliz a los guiños de Orsay en columnas que ya nadie escribe. Fragmentos de nostalgia, pedacitos de vida en nochebuenas con calefacción de carbón y brasero, la tele en blanco y negro, el trasiego de canapés, y la Navidad inocente e inquieta de niño satisfecho entre ademanes de padre, delicadeza de madre y revuelo de hermanos.
Hoy, cuando la cabeza es sólo un disco duro en el que conservas toda tu pequeña historia, recuperas la foto de tu pasado, cuando el regalo era un inoxcrom, una agfa con carrete de veinticuatro o un casio plateado. Echo de menos la desnudez de los pies en la arena blanca de la playa en Año Nuevo, descubrir misas del Gallo de la mano de mis padres por San Bernardo, y las nochebuenas de terciopelo que te protegían de ese mundo imperfecto e inclemente que te esperaba ahí fuera. Recuerdo un nacimiento de hielo en pleno salón. Y esas navidades analógicas, perfectas, de cuando no discurría el tiempo, de cuando los años eran leves y se me venían de frente como un misterio poderoso en Placeta o un palio serio en Campana. Y la vida tiraba de ti a borbotones. Y reías cuando tu madre marcaba en el reverso del viejo armario cuánto habías crecido. Porque a quienes dicen que nunca hay que mirar atrás conviene defraudarles. Que entiendan que la belleza del pasado siempre engulle la incertidumbre del futuro. Porque el presente es la expectativa de eso extraño que te busca y el resultado de lo que fuiste. Porque los que se fueron están, y en ellos pervive la dulzura del que Nace, las llagas del que Muere y la certeza de que el amor ausente te mira oculto en su rincón para susurrarte que sí, que está contigo.
Echo de menos esas navidades de legos y clics, de mandos de scalextric, patines y cintas de cassette. El corpiño de Sabrina, la contraportada del 'As' y el ibertren de Matey. Añoro mis primeras luces de árboles en Recoletos, el sorbo furtivo a un barro con berberechos en Santa Bárbara, los sucedáneos de caviar y el huevo hilado, los polvorones aplastados y despertar con aroma a café y valses de Año Nuevo. Y a Corbalán en el torneo de Navidad. Añoro lo que fui, sin notas en el móvil ni el algoritmo tatuado en mi vida. Y con deberes atrasados en la mañana siguiente de Reyes, sin tinta en el rötring y la papelería cerrada. Por autenticidad. Por memoria. Porque se lo merecen. Porque es Navidad y echo de menos su luz.
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