PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Pitina
Era una mujer formidable. Una de las personas más auténticas que he conocido en mi vida
Vendedores de crecepelo
Héroes de segunda
Antes de que me lo presentaran, Florentino tendía a caerme bien porque era amigo de algunos de mis amigos. Además, yo sabía que era un luchador. Había estado detrás de la Operación Roca, poco después del triunfo arrollador del felipismo, y el castañazo estratosférico que ... se metió en las elecciones de 1986 no le quitó las ganas de nuevas aventuras. Nueve años después se le metió en la cabeza la idea de presidir el Real Madrid y le plantó cara, sin éxito, a Ramón Mendoza. El fracaso no le arredró y volvió a intentarlo en el 2000. Parecía una locura. El presidente de entonces, Lorenzo Sanz, venía de ganar dos Champions en tres años. Pero él, más chulo que un ocho, prometió traer a Figo si ganaba las elecciones y logró la victoria contra todo pronóstico. Nos conocimos poco tiempo después y me cayó bien desde el primer momento. Nos vimos con frecuencia y me agasajó con esa clase de favores que crean deudas imprescriptibles.
Al cabo de un tiempo me presentó a su mujer. Yo adoraba a Pitina. Nos compenetrábamos tan bien que el Madrid nunca perdía cuando nos sentaban juntos. Florentino cayó en la cuenta y se las apañó para que no nos separaran en los partidos más comprometidos. Hombro con hombro derrotamos dos veces al Barça en el Nou Camp, ganamos una Liga en Balaídos y conquistamos la novena –la primera de Florentino– en tierras escocesas. Pitina era una mujer formidable. Una de las personas más auténticas que he conocido en mi vida. De las que no cambian para agradar y siempre dicen lo que piensan sin miedo a los respetos humanos. El fútbol le gustaba a rabiar. En más de una ocasión me confesó que uno de sus grandes sueños era vivir un partido camuflada en la barahúnda del fondo sur. Cuando Roberto Carlos iba a tirar una falta al borde del área y las palmas acompasadas del público atronaban en las gradas, nosotros nos cogíamos de la mano y formulábamos un conjuro ganador. Roberto Carlos no lo sabe, pero muchos de sus goles en realidad fueron obra nuestra.
Pitina, como su marido, era supersticiosa. Un día trajo a un chamán para que exorcizara el estadio porque estaba convencida de que algún desaprensivo, probablemente del Barça, le había echado un mal de ojo. La vida nos separó un poco cuando las pañoladas de 2006 llevaron a Florentino a presentar su dimisión. Luego, tras el regreso de 2009, ya no volvimos a sentarnos juntos porque a mí me dio miedo que la cercanía al poder me convirtiera en rehén de los caprichos de la corte, pero seguí abrazándola con la misma pasión cada vez que la veía. Su muerte fue un mazazo. Y ahora, después de la decimoquinta, la que convierte a Florentino en el presidente más laureado de la historia del Real Madrid, no puedo dejar de pensar en lo que hubiera supuesto para ella vivir ese momento al lado de su marido. Es posible que Florentino sea un ser superior, no lo sé, pero si lo es se lo debe a ella. Pincho de tortilla y caña a que sin Pitina la historia del Madrid no hubiera sido la misma.
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