PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Magia
Dorothy, el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león cobarde también creían que el Mago de Oz podía satisfacer sus deseos
Mi hija Georgina ya es toda una mujer pero sigue creyendo en la magia. Llevo varios años tratando de convencerla de que no es una buena idea. Cuando se hizo mayor creí que ya había llegado el momento de explicarle que la magia no existe ... y ella me miró como si acabara de lanzarle una pedrada al escaparate de su infancia. Me respondió que estaba equivocado y que debería darme vergüenza sostener esa barbaridad tan decepcionante delante de ella. Desde entonces, cada vez que el asunto sale a relucir acabamos la conversación con cajas destempladas. No hay nada más doloroso para un padre que tener que enfrentarse a la desilusión de una hija. Cuando me hagan la autopsia y contabilicen los costurones que tengo repartidos alrededor del pecho, siempre cerca del corazón, sabrán cuántas cuchilladas me han asestado sus ojos, disfrazados de orfandad, cada vez que le he dicho que la única magia sin truco que encontrará en la vida es el esfuerzo.
«Tú me hiciste creer que eras Peter Pan cuando yo era pequeña», suele argumentar con la vehemencia de quien se agarra a un argumento irrebatible. Y es verdad. Se lo dije. Creía que la metáfora podía funcionar: yo era Peter Pan y ella y sus hermanos eran mis pensamientos alegres. Juntos podíamos volar y vivir aventuras prodigiosas siempre que supiéramos mantener a raya la tristeza. Pero ella no está para metáforas. Sin la esperanza de la magia, la vida le parece un calvario insufrible.
He tratado de hacerle entender que Dorothy, el espantapájaros, el hombre de hojalata y el león cobarde también creían que el Mago de Oz podía satisfacer sus deseos utilizando los poderes sobrenaturales que escondía detrás de la cortina, hasta que al final descubren que el Mago es un fraude y que la única manera de alcanzar lo que tanto anhelan es creyendo en sí mismos y no en los cuentos de hadas. Las hadas tampoco existen. Seguir creyendo que algún día se nos aparecerá Campanilla y que cambiará nuestra vida con el polvo que exhala su varita es una manera infantil de retrasar el descubrimiento de la verdad que nos hace adultos: que las cosas solo cambian si nos esforzamos por hacerlas cambiar. No hay abracadabras ni pócimas magistrales que lo hagan más fácil. Existe la suerte, sí. Y también los milagros. Pero el Sumo Hacedor, por lo que he visto a lo largo de mi vida, suele administrarlos con cuentagotas. Su voluntad es que nuestra existencia se conduzca por caminos ordinarios, no asfaltados con baldosas amarillas, y que los recorramos con calzado normal y corriente. Nada de tacones de rubís resplandecientes.
Sé que mi hija fruncirá el ceño cuando lea este artículo y que tratará de rebatirlo con todas sus fuerzas, pero mantengo lo que le dije cuando era pequeña: pincho de tortilla y caña, hija mía, a que podremos volar juntos a cualquier lugar más allá del arco iris con la única condición de que no nos quedemos sin pensamientos alegres. Si nunca lo olvidas, la magia en la que crees tal vez exista.
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