pincho de tortilla y caña
La historia sumergida
No tardará en llegar una época húmeda que devuelva esos tesoros históricos al fondo de los ríos y los pantanos
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En los Nodos de mi infancia casi siempre salían imágenes de Franco inaugurando pantanos. Era la época de los Planes de Desarrollo y el Régimen parecía dispuesto a mirar al futuro sin preocuparse excesivamente por el pasado, lo que no deja de ser una ... gran paradoja si tenemos en cuenta el carácter conservador de la dictadura. Aparte de la conspiración judeo-masónica, la pertinaz sequía era la amenaza que más amedrentaba al franquismo. Hacía falta dar de beber a las personas, regar los cultivos y multiplicar las presas para producir energía eléctrica. Algunas veces, los ingenieros no encontraban mejor solución para optimizar los embalses que anegar pueblos enteros. Los vecinos eran desalojados de sus casas y en un santiamén todos los tejados quedaban sumergidos bajo el agua. Cuando arreciaba la sequía no era infrecuente que los campanarios de algunas iglesias emergieran de la superficie como recuerdos fantasmagóricos de las aldeas sacrificadas en beneficio de la prosperidad.
El sacrificio de lo viejo en pro de lo nuevo ha sido una constante en todas las civilizaciones. El cerebro humano no está diseñado para mirar hacia atrás, sino para encarar los retos que tiene por delante. La única ventaja de la desertización que asola buena parte del mundo es que estamos viendo reaparecer testimonios de la historia de la humanidad que creíamos perdidos para siempre: estatuas budistas bajo el río Yangtze, puentes romanos ocultos por el Tíber, restos arqueológicos de hace 35 siglos en la ribera del Tigris o reliquias de la edad del hierro en los glaciares de Noruega. En España hemos recuperado –aunque supongo que no para siempre– un campamento romano que se tragó en los años 40 el embalse de Las Conchas, en Orense, y el Dolmen de Guadalperal, una construcción megalítica de hace 7.000 años, en el lago cacereño de Valdecañas. Quiero pensar, por doloroso que parezca, que no tardará en llegar una época húmeda que devuelva esos tesoros históricos al fondo de los ríos y los pantanos.
Que así ha sucedido otras veces lo acredita una inscripción que figura en una de las rocas adheridas al lecho de la cuenca del Rin, conocida como piedra del hambre. Allí, un alemán del siglo XV, famélico y asustado, escribió en pleno ataque de angustia: «Si me ves, llora». La advertencia señaliza el caudal más bajo alcanzado por el río en los peores momentos de sequedad de la historia conocida. El hecho de que lleváramos tanto tiempo sin verla solo puede significar que tras la calma llega la tormenta y que los pasos dados por el hombre para ganar el futuro, buenos o malos, son difícilmente reversibles. Gracias a eso se librará del castigo el mafioso que a principios de los 80 liquidó a cinco tipos en Las Vegas y luego arrojó sus cadáveres, en barriles de cerveza, al lago Mead, ahora desecado por la solana apocalíptica que azota Nevada. Han aparecido los cuerpos del delito pero apenas hay pistas que conduzcan al delincuente. Pincho de tortilla y caña a que las próximas lluvias también engullirán el secreto de su identidad.
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