pincho de tortilla y caña
Empatía
Para buscar un juicio ecuánime hay que dar un paso atrás y evitar que sean las emociones y los sentimientos quienes dicten sentencia
El tragaldabas (18/10/2023)
Ruido (11/10/2023)
Que quede claro desde el principio que no tengo nada que hacerme perdonar, o al menos nada tan gordo como para tener que empezar este artículo hablando bien de mi mujer. Una de las cosas que admiro de ella es su inclinación proverbial a empatizar ... con la gente maltratada. Le indigna ver a las víctimas de la pobreza o de la guerra, no soporta los abusos de autoridad de los sátrapas que humillan a los débiles y clama al cielo cada vez que una injusticia inflige dolor a una persona desvalida. Da igual que sea en la vida real o en los relatos de ficción. El sufrimiento de los demás le afecta hasta el punto de que si el argumento de una película se recrudece demasiado no duda en apagarla aunque eso suponga dejarme a dos velas. De vez en cuando aparecen malvados sin paliativos a quienes no hay por dónde coger, pero basta con que un 'flash-back' nos muestre que sus infancias estuvieron marcadas por el abandono, el desprecio o la explotación para que ella tienda a compadecerlos y comience a mascullar entre dientes toda suerte de imprecaciones por su infortunio.
No pasa gran cosa cuando ese rasgo bondadoso se proyecta sobre las experiencias individuales de los malos de la pantalla. A veces discutimos un poco más de la cuenta cuando le advierto que está asumiendo como propio el dolor de un personaje que ni siquiera es real, por mucho que el actor que lo interprete esté bordando el papel, pero la trifulca doméstica no suele desmadrarse: ella me dice con la mirada que soy un gordo insensible sin entrañas y yo le respondo con un gesto autosuficiente que bastante tiene la vida con lo que nos toca de cerca como para empezar a preocuparnos por la deriva desgraciada de Anna Karenina. No sucede lo mismo cuando la trama argumental de la película –o de la noticia, si la experiencia procede del telediario– plantea un conflicto entre dos partes enfrentadas. Entonces, su tendencia a empatizar le obliga a tomar partido por una de ellas y no siempre estamos de acuerdo con el bando que elige.
Ya sé que en los tiempos que corren es una temeridad relativizar las bondades de la empatía, pero lo cierto es que no siempre viene en nuestra ayuda. Hace unos días cayó en mis manos un ensayo de literatura, escrito por el profesor alemán Fritz Breithaupt, que sostiene la tesis de que la empatía nos atrapa dentro de la narrativa de una de las partes en litigio y nos deja fuera de la otra. Por eso es mala consejera a la hora de resolver conflictos. Para buscar un juicio ecuánime hay que dar un paso atrás y evitar que sean las emociones y los sentimientos quienes dicten sentencia. A veces la honradez intelectual no nos deja más salida que darle la razón a quienes preferiríamos quitársela. Pincho de tortilla y caña a que si en política se siguiera ese principio, la crispación desaparecería de un plumazo, la cabeza reinaría sobre las vísceras y el porquero de Agamenón zarandearía a los trompeteros de Hamás.
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